0 penilaian0% menganggap dokumen ini bermanfaat (0 suara)
90 tayangan4 halaman
En el Nombre de Dios, Clementísimo con la creación, Misericordiosísimo con los creyentes.
I
Con el permiso de Dios, quiero hablarles de cómo me convertí en creyente. El recuerdo más lejano que tengo se remite a más de 33 años atrás, en mi cuarto de infancia, donde una mujer, con permiso de mi madre, me habló de Jesús y me regaló un folleto evangelizador de portada couché y tinta azul y negra que olía deliciosamente a imprenta. Cuando me quedé a solas con él y lo leí, me entró mucho deseo de que se manifestara de alguna forma Dios o Jesús, y en esa intimidad que por primera vez sentía le hablé al Señor y le pedí que si me estaba escuchando se apersonara de alguna manera para constatarle. Me quedé esperando un rato mientras volteaba a todos lados en mi habitación con una vergüenza creciente pues me sentía algo ridículo al haber pedido ese pequeño milagro y no obtener aparentemente respuesta alguna. Todavía no sabía que Dios cumple el pedimento del creyente cuando y como Él quiere, pero no tardaría muchas décadas en obtener lo que había pedido.
A los veinte años aproximadamente tuve un sueño visionario en el que veía a Jesús con un nimbo iridiscente de colores plateados y vivos coronándole cabeza y cuello y refulgiendo con una luz viva más fuerte que la del Sol que no lastimaba mis ojos; su diestra señalaba al cielo, y su izquierda a la tierra; a la altura del corazón se encontraba el mango de una espada de doble filo que también señalaba hacia abajo, y entre el mango y la hoja, una rosa florecida e intensamente roja que parecíame su corazón. Me miraba sin titubeo mientras mostraba sus signos, y su vestimenta era una túnica blanquísima de lino que no dejaba ver sus pies. Era una visión beatífica y subyugadora. Por cierto, su rostro era tal y como lo pintan, ¡sumamente hermoso!
Por esos días soñadores y visionarios había sido iniciado en la masonería y comenzaba formalmente a conocer el sentido oculto de los símbolos gracias a los trabajos semanales que en la logia me encargaban, labor que se me facilitaba mucho, pues tenía en mi haber cuatro largos años escribiendo poesía sin parar. De vez en cuando el tema a presentar en las tenidas era libre, es decir, podía elegir sobre qué iba a hablar, y sin dudas escribí unas palabras acerca de mi visión, que en esos momentos, a pesar del tinte sobrehumano que tenía, consideraba solamente un sueño. Para mi sorpresa, mis hermanos remataron mi exposición regañándome pues creían que había leído sobre grados superiores al mío, lo cual no era mi atribución, y me instaron a no meterme en lo que definitivamente no me importaba. No les dije nada, a pesar de lo injusto del coscorrón verbal, mas me quedé intrigado por las conclusiones a las que habían llegado por mi sueño y decidido a averiguar de qué se trataba. Apenas pude, fui a la librería que estaba a la entrada de la Gran Logia Valle de México y compré cuanto libro creí que podría orientarme. Leí con cuidado los símbolos de cada grado desde el primero y al llegar al grado 18, descubrí sorprendido que los signos de mi sueño tenían un paralelo innegable con la parafernalia de este peldaño iniciático. Estaba la rosa, por ejemplo, y sólo difería de la visión en que lo que para mi vista era una espada, para el décimo octavo grado era una cruz. Culminé pensando que había sido iniciado, como se dice masónicamente, "en sueños", a un grado superior al mío. Por supuesto me sentí muy orgulloso, aunque no tenía una idea clara de lo que podía significar.
Mucho tiempo después supe, gracias a la tradición musulmana, que cuando uno tiene una visión onírica con un profeta de Dios, en verdad ha visto a ese enviado, pues no existe ser o entidad que pueda suplantar su forma engañándonos. Es decir, ¡había visto a Jesús, hijo de María!
Y gracias a la tradición bíblica adquirí más elementos para interpretar mi visión, pues en el Evangelio, en Mateo, capítulo 17, está escrito sobre Jesús: "...y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso b
En el Nombre de Dios, Clementísimo con la creación, Misericordiosísimo con los creyentes.
I
Con el permiso de Dios, quiero hablarles de cómo me convertí en creyente. El recuerdo más lejano que tengo se remite a más de 33 años atrás, en mi cuarto de infancia, donde una mujer, con permiso de mi madre, me habló de Jesús y me regaló un folleto evangelizador de portada couché y tinta azul y negra que olía deliciosamente a imprenta. Cuando me quedé a solas con él y lo leí, me entró mucho deseo de que se manifestara de alguna forma Dios o Jesús, y en esa intimidad que por primera vez sentía le hablé al Señor y le pedí que si me estaba escuchando se apersonara de alguna manera para constatarle. Me quedé esperando un rato mientras volteaba a todos lados en mi habitación con una vergüenza creciente pues me sentía algo ridículo al haber pedido ese pequeño milagro y no obtener aparentemente respuesta alguna. Todavía no sabía que Dios cumple el pedimento del creyente cuando y como Él quiere, pero no tardaría muchas décadas en obtener lo que había pedido.
A los veinte años aproximadamente tuve un sueño visionario en el que veía a Jesús con un nimbo iridiscente de colores plateados y vivos coronándole cabeza y cuello y refulgiendo con una luz viva más fuerte que la del Sol que no lastimaba mis ojos; su diestra señalaba al cielo, y su izquierda a la tierra; a la altura del corazón se encontraba el mango de una espada de doble filo que también señalaba hacia abajo, y entre el mango y la hoja, una rosa florecida e intensamente roja que parecíame su corazón. Me miraba sin titubeo mientras mostraba sus signos, y su vestimenta era una túnica blanquísima de lino que no dejaba ver sus pies. Era una visión beatífica y subyugadora. Por cierto, su rostro era tal y como lo pintan, ¡sumamente hermoso!
Por esos días soñadores y visionarios había sido iniciado en la masonería y comenzaba formalmente a conocer el sentido oculto de los símbolos gracias a los trabajos semanales que en la logia me encargaban, labor que se me facilitaba mucho, pues tenía en mi haber cuatro largos años escribiendo poesía sin parar. De vez en cuando el tema a presentar en las tenidas era libre, es decir, podía elegir sobre qué iba a hablar, y sin dudas escribí unas palabras acerca de mi visión, que en esos momentos, a pesar del tinte sobrehumano que tenía, consideraba solamente un sueño. Para mi sorpresa, mis hermanos remataron mi exposición regañándome pues creían que había leído sobre grados superiores al mío, lo cual no era mi atribución, y me instaron a no meterme en lo que definitivamente no me importaba. No les dije nada, a pesar de lo injusto del coscorrón verbal, mas me quedé intrigado por las conclusiones a las que habían llegado por mi sueño y decidido a averiguar de qué se trataba. Apenas pude, fui a la librería que estaba a la entrada de la Gran Logia Valle de México y compré cuanto libro creí que podría orientarme. Leí con cuidado los símbolos de cada grado desde el primero y al llegar al grado 18, descubrí sorprendido que los signos de mi sueño tenían un paralelo innegable con la parafernalia de este peldaño iniciático. Estaba la rosa, por ejemplo, y sólo difería de la visión en que lo que para mi vista era una espada, para el décimo octavo grado era una cruz. Culminé pensando que había sido iniciado, como se dice masónicamente, "en sueños", a un grado superior al mío. Por supuesto me sentí muy orgulloso, aunque no tenía una idea clara de lo que podía significar.
Mucho tiempo después supe, gracias a la tradición musulmana, que cuando uno tiene una visión onírica con un profeta de Dios, en verdad ha visto a ese enviado, pues no existe ser o entidad que pueda suplantar su forma engañándonos. Es decir, ¡había visto a Jesús, hijo de María!
Y gracias a la tradición bíblica adquirí más elementos para interpretar mi visión, pues en el Evangelio, en Mateo, capítulo 17, está escrito sobre Jesús: "...y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso b
Hak Cipta:
Attribution Non-Commercial (BY-NC)
Format Tersedia
Unduh sebagai PDF, TXT atau baca online dari Scribd
En el Nombre de Dios, Clementísimo con la creación, Misericordiosísimo con los creyentes.
I
Con el permiso de Dios, quiero hablarles de cómo me convertí en creyente. El recuerdo más lejano que tengo se remite a más de 33 años atrás, en mi cuarto de infancia, donde una mujer, con permiso de mi madre, me habló de Jesús y me regaló un folleto evangelizador de portada couché y tinta azul y negra que olía deliciosamente a imprenta. Cuando me quedé a solas con él y lo leí, me entró mucho deseo de que se manifestara de alguna forma Dios o Jesús, y en esa intimidad que por primera vez sentía le hablé al Señor y le pedí que si me estaba escuchando se apersonara de alguna manera para constatarle. Me quedé esperando un rato mientras volteaba a todos lados en mi habitación con una vergüenza creciente pues me sentía algo ridículo al haber pedido ese pequeño milagro y no obtener aparentemente respuesta alguna. Todavía no sabía que Dios cumple el pedimento del creyente cuando y como Él quiere, pero no tardaría muchas décadas en obtener lo que había pedido.
A los veinte años aproximadamente tuve un sueño visionario en el que veía a Jesús con un nimbo iridiscente de colores plateados y vivos coronándole cabeza y cuello y refulgiendo con una luz viva más fuerte que la del Sol que no lastimaba mis ojos; su diestra señalaba al cielo, y su izquierda a la tierra; a la altura del corazón se encontraba el mango de una espada de doble filo que también señalaba hacia abajo, y entre el mango y la hoja, una rosa florecida e intensamente roja que parecíame su corazón. Me miraba sin titubeo mientras mostraba sus signos, y su vestimenta era una túnica blanquísima de lino que no dejaba ver sus pies. Era una visión beatífica y subyugadora. Por cierto, su rostro era tal y como lo pintan, ¡sumamente hermoso!
Por esos días soñadores y visionarios había sido iniciado en la masonería y comenzaba formalmente a conocer el sentido oculto de los símbolos gracias a los trabajos semanales que en la logia me encargaban, labor que se me facilitaba mucho, pues tenía en mi haber cuatro largos años escribiendo poesía sin parar. De vez en cuando el tema a presentar en las tenidas era libre, es decir, podía elegir sobre qué iba a hablar, y sin dudas escribí unas palabras acerca de mi visión, que en esos momentos, a pesar del tinte sobrehumano que tenía, consideraba solamente un sueño. Para mi sorpresa, mis hermanos remataron mi exposición regañándome pues creían que había leído sobre grados superiores al mío, lo cual no era mi atribución, y me instaron a no meterme en lo que definitivamente no me importaba. No les dije nada, a pesar de lo injusto del coscorrón verbal, mas me quedé intrigado por las conclusiones a las que habían llegado por mi sueño y decidido a averiguar de qué se trataba. Apenas pude, fui a la librería que estaba a la entrada de la Gran Logia Valle de México y compré cuanto libro creí que podría orientarme. Leí con cuidado los símbolos de cada grado desde el primero y al llegar al grado 18, descubrí sorprendido que los signos de mi sueño tenían un paralelo innegable con la parafernalia de este peldaño iniciático. Estaba la rosa, por ejemplo, y sólo difería de la visión en que lo que para mi vista era una espada, para el décimo octavo grado era una cruz. Culminé pensando que había sido iniciado, como se dice masónicamente, "en sueños", a un grado superior al mío. Por supuesto me sentí muy orgulloso, aunque no tenía una idea clara de lo que podía significar.
Mucho tiempo después supe, gracias a la tradición musulmana, que cuando uno tiene una visión onírica con un profeta de Dios, en verdad ha visto a ese enviado, pues no existe ser o entidad que pueda suplantar su forma engañándonos. Es decir, ¡había visto a Jesús, hijo de María!
Y gracias a la tradición bíblica adquirí más elementos para interpretar mi visión, pues en el Evangelio, en Mateo, capítulo 17, está escrito sobre Jesús: "...y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso b
Hak Cipta:
Attribution Non-Commercial (BY-NC)
Format Tersedia
Unduh sebagai PDF, TXT atau baca online dari Scribd