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Ulises y Eolo

Ulises y sus hombres, después de tan desdichada aventura, continuaron


navegando con la esperanza de regresar a su reino, Itaca.
Después de varios días de navegación, vieron una extraña isla, rodeada de
escarpadas rocas y protegida por una muralla de bronce.
Ulises, curioso, no pudo resistir la tentación de incursionarse en lo que
parecía ser una fortaleza impenetrable.
Ulises, ancló las naves, y apenas pisaron tierra firme, fueron recibidos por
Eolo, El rey de los vientos, que gobernaba la isla.
Eolo, sabía muy bien quien era Ulises y le otorgó el rango de huésped. Lo
agasajó con toda clase de banquetes y ceremonias en su honor.
Ulises estaba encantado, pero lo que realmente deseaba era regresar a su
ansiada patria, donde lo esperaba Penélope, su esposa y su hijo Telémaco.
Eolo comprendió el deseo de Ulises y quiso hacerle un gran regalo.
Entonces, encerró a todos los vientos, menos al viento del oeste, en un
gran cuero de buey. Luego cerró fuertemente la boca del cuero, atándola
con hilos de plata y se lo entregó a Ulises que lo depositó en el puente de
la nave.
Eolo, colocó al viento del oeste detrás de las naves y luego le ordenó que
soplara suavemente acompañando a las naves hasta el deseado puerto de
Itaca.
Durante nueve días, navegaron acompañados por una suave brisa, sobre un
mar calmado, hasta que lograron divisar la deseada isla. Pronto pudieron
distinguir los bosques y las colinas. Lo que los llenó de tranquilidad.
Después de tantos días de navegación sin poder pegar un ojo, y viendo que
su objetivo estaba tan cerca, Ulises se retiró a descansar, y vencido por el
cansancio quedó profundamente dormido.
Los hombres que estaban en el puente, aprovechando la ausencia de su
capitán, comenzaron a intrigar contra Ulises, diciendo:
-¡Ulises no es justo con nosotros! Eolo le dio este enorme cuero de regalo
que seguramente esconde un gran tesoro y no ha querido compartirlo con
nosotros.
Y otro replicaba:
- ¿Acaso no hemos luchado a la par de el? ¡Corresponde que comparta el
botín!
Y así, movidos por la codicia y aprovechando que Ulises roncaba
ruidosamente, decidieron abrir el cuero del buey cuando faltaba muy poco
para arribar a Itaca.
Inmediatamente escaparon los vientos del pellejo provocando un huracán
que empujó las naves hacia el lado contrario, alejándolas de su derrotero
hasta convertir a la tan ansiada isla de Itaca en un punto insignificante
sobre el horizonte.
Al ver lo ocurrido, Ulises ordenó a sus hombres a dirigirse nuevamente a
la isla del rey Eolo. Eolo, al verlo le preguntó:
-¿Por qué has vuelto, Ulises? Yo te di todo para que llegaras a salvo a tu
isla.
Ulises le explicó lo ocurrido y rogó que le prestara nuevamente su ayuda.
Pero Eolo, le contestó enfurecido:
- ¡Vete de aquí y no vuelvas más! Si los dioses han permitido que te
ocurriera esta calamidad, no debes ser tan bueno.
Ulises, triste y avergonzado, regresó a las naves y ordenó a los hombres
navegar mar adentro.
Los vientos arremolinados dificultaban el avance de los remos y apenas
podían dominar las embarcaciones ante la furia del mar encrespado.
Todo parecía estar en su contra. Seis días y seis noches lucharon contra las
inclemencias del tiempo y la violencia del mar.

Ulises y Circe, la Hechicera


Con solo un navío, abatidos y tristes por la experiencia sufrida, Ulises y
sus hombres navegaron varios días hasta llegar a la isla Eea. Una vez allí,
se recostaron en la playa llorando y lamentándose apesadumbrados por no
poder volver a su patria, Itaca.
Ulises trató de darles ánimo pero no lograba reanimarlos. Entonces, se
dirigió hasta lo alto una colina y desde allí pudo divisar a lo lejos una
columna de humo que ascendía hasta perderse en el cielo azul. Era un
signo de que alguien habitaba la isla.
Al descender se le cruzó un ciervo que logró matar con su lanza. Lo cargó
hasta la playa y se los entregó a sus compañeros diciendo:
-¡Miren lo que he conseguido! Vamos a cocinarlo y cuando hayan comido,
verán el futuro con otros ojos.
Los hombres, que estaban hambrientos, olvidaron por un instante sus
penas y luego de comer y beber abundantemente durmieron placidamente.
Al día siguiente, Ulises insistió en la necesidad de explorar la isla. Los
hombres temerosos por la experiencia vivida, se negaron, pero la
insistencia de Ulises terminó por ganar su voluntad.
Decidieron dividirse en dos grupos. Uno a cargo de Ulises y otro grupo a
cargo de Euriloco, su cuñado. Echaron en suerte para decidir qué grupo
haría la tarea de exploración y el destino quiso que el grupo de Euriloco se
internara en la isla. Ulises debía aguardar en la playa su regreso.
Euriloco y sus hombres se internaron en la isla. Luego de atravesar un
bosque, se encontraron frente a un gran palacio de piedra pulida. Frente a
la puerta, se paseaban gran cantidad de leones y lobos mansos como
perritos, que al verlos los rodearon festejando la llegada de los visitantes.
Los hombres no sabían que ese era el palacio de Circe, la hechicera y que
esos animales formaban parte de la fauna encantada de la maga.
Al llegar a la puerta del palacio, escucharon a una mujer cantando con una
voz tan melodiosa que los dejó paralizados.
Los hombres golpearon la puerta y la bella maga Circe les abrió,
invitándolos a pasar.
Circe, condujo a sus invitados a un lujoso salón donde los agasajó con
sabrosos manjares a los que añadió una pócima para hacerles perder la
memoria. Luego los tocó con su varita mágica convirtiéndolos en cerdos
para arrojarlos luego a una sucia y oscura pocilga. Una vez en la pocilga,
Circe les arrojó bellotas y desperdicios como único alimento.
Para mayor desdicha de esos hombres, si bien quedaron convertidos en
cerdos físicamente, su inteligencia continuaba siendo humana duplicando
el sufrimiento. Euriloco esperó durante horas a sus compañeros. Al ver que
no regresaban, se angustió y desesperado, regresó corriendo hacia la nave,
para dar aviso de la desaparición de sus hombres.
Ulises al ver la desesperación de su cuñado, buscó su espada y su arco y le
pidió a Euriloco que le indicara el camino hacia el palacio de Circe, pero
este se negó diciendo:
- Ulises, no puedes ir allá. No podemos correr el riesgo de perderte. Mejor
huyamos antes que vuelva a ocurrir otra desgracia.
Pero el héroe se burló:
-Si tú quieres, puedes quedarte aquí, comiendo y bebiendo pero yo voy a
hacer lo que me plazca.
Y sin compañía alguna se dirigió hacia el bosque en busca del palacio de
piedra.
Cuando faltaba muy poco para llegar a su destino, le salió al encuentro un
joven hermoso blandiendo una varita dorada. Ulises reconoció al dios
Hermes en persona que dijo:
-¿Dónde vas Ulises? Tus compañeros están encerrados en una pocilga
convertidos en cerdos. ¿ Acaso crees que tú solo podrás salvarlos?
Ulises lo miró atónito. Entonces Hermes continuó diciendo:
-Yo te ayudaré.
Le entregó una planta de flores blancas y raíces negras. Luego le dijo:
-Esta planta apartará de ti cualquier hechizo, pero cuando Circe se acerque
para tocarte con su varita mágica, debes sacar tu sable y arrojarte sobre ella
como si fueras a matarla. Ella se asustará y te ofrecerá su hospitalidad. No
debes aceptar nada de ella .Primero debes exigirle que haga el juramento
de los dioses de que no intentará hacer nada en tu contra. Así estarás a
salvo.
Ulises aceptó las indicaciones del dios y prometió seguir sus indicaciones.
El héroe de Itaca llegó finalmente al palacio y golpeó la puerta. La bella
Circe le abrió y lo invitó a pasar al salón ofreciéndole toda clase de
manjares mezclados con su pócima para perder la memoria. A Ulises no le
afectó en lo más mínimo, pues llevaba consigo la planta de flores blancas.
Cuando Circe se acercó con su varita mágica, Ulises se abalanzó sobre ella
con su espada como si fuera a matarla.
Circe, entonces se arrojó a sus pies diciendo:
- Dime quién eres extranjero. Solo hay un hombre sobre la tierra capaz de
resistir mis conjuros, y ese es Ulises, el héroe de Troya.
Y continuó:
-Si tu eres Ulises, envaina tu espada y acepta la hospitalidad que te
ofrezco.
Pero Ulises, recordando los consejos de Hermes le dijo:
-Solo puedo confiar en ti, si juras por los dioses que no harás nada en mi
contra.
Circe realizó el juramento y luego lo agasajó con toda clase de manjares.
Pero Ulises se negaba a comer y a beber, pues estaba muy triste por la
suerte corrida por sus compañeros transformados en cerdos.
-¿Qué sucede Ulises? Hice el juramento que me pediste y no has probado
ni un bocado. ¿Todavía no confías en mi?
A lo que Ulises respondió:
-Solo cuando vuelva a ver a mis hombres libres y con su figura humana
volveré a creer en tus promesas.
Circe entonces, tratando de ganar la confianza del héroe de Troya, liberó a
los hombres y mientras salían los iba tocando con su varita mágica para
que recobraran su figura humana.
Los hombres reconocieron a Ulises al instante y se abrazaron llorando de
felicidad. Circe se conmovió al presenciar tan cálido reencuentro y ordenó
buscar al resto de los hombres que se encontraban en la playa para darles
un espléndido banquete. Euriloco se resistió en principio, pero luego
también se sumo al grupo de invitados.
Así, entre festines y banquetes pasaron casi un año disfrutando de la
hospitalidad de la bella hechicera. Pero pronto volvieron a recordar a su
patria y añoraron regresar junto a sus familias.
Ulises, al escuchar los ruegos de sus navegantes, melancólicos por volver,
se acercó a Circe y le dijo:
-Te doy las gracias por tu generosidad, pero tú sabes bien que deseamos
volver a Itaca. ¡Por favor, ayúdanos!.
Circe le respondió:
-¡No los retendré contra su voluntad!
Luego le trazó la ruta que debía seguir la nave y advirtió de cada uno de
los peligros que iban a correr y lo que debían hacer en cada caso para
sortearlos con éxito.
Antes de despedirlos les advirtió:
- Si tú o tus hombres no siguen mis indicaciones al pie de la letra, o hacen
algo contra lo que acabo de prohibirles, la ruina caerá sobre sus cabezas,
perderás a tus hombres y tú no volverás a Itaca sino después de mucho
tiempo y en un estado miserable.
Al día siguiente y después de agradecer a Circe nuevamente se lanzaron al
mar en su nave, con la esperanza de llegar a su ansiado destino, ayudados
por los vientos favorables que envió la maga como despedida.

Ulises y las Sirenas


Uno de los muchos peligros sobre los que la hechicera advirtió a Ulises,
era el que correrían al pasar frente a la isla de las Sirenas.
Esta isla estaba habitada por mujeres muy raras. De la cintura para abajo,
tenían la forma y las escamas de un gran pez y de la cintura para arriba
tenían todo el aspecto de una mujer. Las sirenas eran muy crueles a pesar
de tener un aspecto inofensivo. Estaban dotadas de una voz extraordinaria.
Pasaban los días y las noches sentadas sobre el césped, frente al mar,
cantando dulces y atrayentes canciones. Pero esa voz melodiosa y
cautivante era una trampa mortal para los hombres que la escuchaban, ya
que no podían resistir la tentación de acercarse a ellas. Una vez en tierra,
las sirenas los asesinaban.
Circe le advirtió a Ulises:
-El hombre que escuche la canción de las sirenas, jamás volverá a ver a su
esposa y a sus hijos.
La nave se acercaba rápidamente impulsada por una suave brisa, pero un
conjuro de las sirenas detuvo el viento y los hombres tuvieron que avanzar
lentamente utilizando los remos.
Como un eco a la distancia, comenzaron a escuchar lo que parecía ser una
canción. Ulises rápidamente taponó los oídos de sus hombres con cera y
luego les pidió que lo ataran fuertemente al mástil de la nave y que por
más que rogara y suplicara no lo desataran por nada del mundo. Luego les
ordenó remar con todas sus fuerzas para escapar velozmente de esa terrible
atracción.
La nave comenzó a deslizarse junto a la isla y las sirenas redoblaron sus
esfuerzos por atraerlos cantando las más cautivantes canciones.
-¡Ven, Ulises! Detén tu nave para escuchar nuestras voces. Cantaremos
para ti las Glorias de las Victorias Griegas. ¡Ven, valiente Ulises!
Ulises, al escuchar esas voces, sintió una poderosa atracción. Podía ver a
las hermosas sirenas, tendidas entre las flores al borde del mar. Ulises,
lloró y pataleó, implorando a sus hombres que lo dejaran libre para
reunirse con ellas.
Como los hombres tenían sus oídos tapados no sufrieron el efecto del
encantamiento y en lugar de soltar a Ulises, lo amarraron con más fuerza
contra el mástil mientras él luchaba con todas sus fuerzas para liberarse.
Los marineros remaron con tanta fuerza, que pronto se encontraron lejos
de esa peligrosa isla. Una vez en alta mar, los hombres desataron a Ulises y
se quitaron los tapones de los oídos.
El peligro ya había pasado.

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