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Derecho a Pensar

Emilio del Barco


Agüimes, 19/12/2006
Los dinosaurios no tienen alas. Son animales grandes, pesados, antiguos y anticuados,
que no pueden volar. Sólo se lo inventan. Como imaginan otras cosas inexistentes. Cual
el famoso contubernio internacional judeo-masónico, o el sexo de los ángeles. Pero le
complican la vida a todo el mundo, con su fantasía de freno y marcha atrás, destructora
del disfrute de las importantes cosas pequeñas. Cuando los Borgia (Borja) eran papas,
santos y guerreros, acaparadores de riquezas y posesiones en masa, se convirtieron, con
todo ello, en una de las familias más poderosas y respetadas de su época. El respeto que
surge del miedo.
Es curioso que todos los dictadores asesinos terminen sus días rodeados de jerarcas
religiosos, representantes de las creencias más arraigadas en su país. El último que
hemos visto ha sido Pinochet, precedido de otros muchos, como Videla, Trujillo,
Carmona, o Franco. Vidas paralelas. Pero la historia es larga. Ya los romanos hacían
dioses a sus emperadores. Algunos tan dignos como Nerón o Caracalla. El ejemplo tuvo
herederos. Lo que aclara bastante la idea de que un dios no necesite ser santo, sino
declarado como tal, para ser adorado.
De Carlos V y Felipe II no tienen muy buen recuerdo en los Países Bajos. Eso no quita
para que muriesen en sendos monasterios. Aunque valones y holandeses los consideren
símbolos de lo que pudiera ser la encarnación del demonio en un ser humano.
¿No es el mismo Dios el de unas tendencias y otras de religiones hermanas? ¿Por qué
esas luchas fratricidas? Porque lo que se dirime no es a qué Ser van dirigidas las
oraciones, sino quién administra el poder que la organización de plegarias y creencias
da. La soberbia y la codicia son hermanas de la ira. Y esas son las tres pasiones
dominantes entre los dirigentes de creencias. Con ellas se destruye el mundo y
desaparecen civilizaciones. No puede haber una alianza de creyentes, porque cada
creencia dogmática cree tener la exclusividad de la verdad definitiva. Y la verdad es la
que cada persona alberga en su alma, no la que los escritores de turno hayan definido en
sus libros.
La Biblia fue escrita por cientos de hombres diferentes, cada uno en su época, a lo largo
de siglos. Cada cual reflejó la versión de la verdad que albergaba en su cerebro. No
siempre coincidente con el resto. Pero, esa versión de la verdad, que nació en ellos
libremente, pretenden imponerla a quienes no tuvieron la dicha de comunicarse
directamente con el Señor del Universo. Ahí empieza la violencia, porque la fe se
percibe, no se recibe por decreto. Quien tenga una fe inculcada, siempre dudará. Y está
en su derecho, como humano, de someter a reflexión lo que otro humano le comunica,
para que lo cumpla. La verdad propia, impuesta a los demás, no puede originar más que
violencia. La fuerza nunca es pacífica. La verdad de uno no tiene que ser la verdad de
todos. Contra soberbia, aceptación del diferente, tolerancia y humildad. Nadie tiene
derecho a la exclusividad del pensamiento humano. Siempre hay distintas facetas de la
misma verdad, que la hacen parecer diferente. Aun cuando sea el mismo objeto,
iluminado desde distintos ángulos. Emilio del Barco,, DELBARCO@terra.es ,,
+34928780967 ,, 27968889

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