ACAPULCO 74
José Agustin
E125 de mayo de 1974 vivia de nuevo con Adela, Nos ha-
biamos casado muy jovencitos, ella de 16 y yo de 18; pero
después nos separamos, con divorcio y todo, sin imaginar
que unos cuantos afios después nos reencontrariamos y
volveriamos a vivir juntos. Para celebrarlo, la invité a pa-
sar una “segunda luna de miel” en Acapuleo. Ade aecedis
encantada, porque es acapulqueia total: esbelta, célida y
sensual. Hasta terminar la prepa vivié en el puerto y cono-
cee muy bien sus modos de sery su lenguaje. Todavia habla
aspirando la hache para que suene como jota ("hombre”
¢ “jombre’), lo cual a veces también hace con las eses (y
“pues” puede ser “pue’). Por mi parte, he ido a Aca inf
nnidad de veces, con mis papas desde pequetio y después
‘con los cuates 0 las nenas en turno, Pero eso fue antes de
‘Adela, a quien, después del reencuentro (de una vez hay
‘que soltarlo), yo ya no dejarfa perder y la seguiria por tierra
por mar
Ese dia salimos a las ocho en mi Datsun. Tomé el volan-
te y puse el disco de las vacas de Pink Floyd en el autoes-
«oss scustis
téreo de ocho tracks que, junto a un voluminoso equipo
ccuadrafonico, me trajeron fayuquientamente de Los Ange-
les. Habia transito en buena parte de la ciudad y tardamos
poco mas de media hora para llegar de la colonia Roma
a la cascta de la autopista a Cuernavaca, Pero a partir de
ahtno hubo problemas y subimos, a buen paso, hasta Tres
Marfas, a mas de 3000 metros de altura, la Inevitable Es-
cala de las Quesadillas de los Viajeros Fritangueros, como
nosotros, que ya con ese delicioso, aunque un tanto graso-
so, combustible, pudimos seguir y admirar debidamente
los bosques de pinos profusos, hiimedos, del alto Ajusco,
Pasamos, con el debido respeto, la temible curva llamada
la Pera, y oyendo Zigay Stardust de David Bowie bajamos a
(Cuemavaca, que eludimos via el ibramiento,
Media hora més tarde, ya las once, estabamos en la
caseta de Alpuyeca, esquivando a los vendedores de nieve
de limén. Hicimos una escala
séenica” y entonces Adela
‘quiso manejar. No, mhija, afirmé, yo voy bien, ademés, si
‘mal no recuerdo, eres medio eafre, noms me vas a traer
cardiaco todo el tiempo. Pero ella insistié e insisti6, con
todos sus encantos, asf es que no resist y tom6 el volante.
Respiré con calma al verla manejar bien, segura, tranquila,
ni rpido ni lento, y asf recorrimos las montafas, que en
‘esa parte son mis bien éridas pero de suaves pendientes
¥y amplios valles. Al compas de Its only rock'n roll, la Be-
dela empez6 a platicar. No sabia yo cémo le gusté que
la invitara a Acapulco. Ya tenia dos aos sin ir y lo extra-
‘aba, pues para ella era lo maximo, En cierta forma, yo
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‘comprendia y compartia su fervor: el puerto sin duda era
cl sitio favorito de todo México, pero especialmente de los
chilangos, ricos y pobees, que en Semana Santa se lanza-
ban al puerto a como diera lugar, aunque tuvieran que dor-
mir en el célebre Hotel Camarena, 0 sea, en la arena de
Ja playa, La gran bahia y sus alrededores, deca Adela en-
tusiasmada, contaban con playas para todos: desde las “de
rmanso oleaje", como Caleta, Horitos o Puerto Marqué
las bravas, pero explorables, tipo la Condesa o el Revolea-
deto, o las de plano imposibles, Pie de la Cuesta por ejem-
plo, donde nadar era privilegio de muy pocosjinetes de las
‘las. En los afos sesenta, agregs, Acapulco habia cambia~
do notablemente; los grandes hoteles ya no eran el Club
de Pesca, el Mirador o el Papagayo, sino el Presidente, el
Hilton y el Villa Vera. Galeta dej6 de ser la playa favorita y
se puso de moda la Condesa. Habfa restaurantes de todo
tipo, bares, clubes noctumos y diseotecas. Y la zona, roja
por supuesto, agregué yo, famosa por sus reventaderos El
Burro y La Huerta. Algunos chavos de plano ahi se que-
dan y ni siquiera ven el mar, como en el cuento “En la
playa”, de Parménides, precisé. Adela sonrié. Bueno, pues
‘Acapulco dejé de ser el de “agua y luz, casi nada; callejo-
nes lenos de cagada y un ealor de la chingada’,y se hu
bia consolidado como gran paraiso turistico internacional,
especialmente después de las Resefias Cinematogriicas,
{estival de festivales que reunta las peliculas premiadas en
Cannes, Venecia, Berlin 0 Hollywood, y convocaba a las
‘grandes estrellas del cine con el correspondiente avisperoJosé cus
de periodistas y paparazzi; en el aeropuerto el movimiento
se habia intensiicado con los wuelos directos al extranjero,
y por ese rumbo, Puerto Marqués, El Revoleadero, Playa
Encantada y el otrora remoto Hotel Pierre Marqués, la
Iujosa creel de Howard Hughes, empezaba a tener com-
pata y después sera la zona “diamante”
‘Adela me indicé el letrero: TERMINA MORELOS, y en-
tonces eanté: “Por los caminos del sur, vimonos para Gue-
rrero”,;Vimonos!, emo chingaos no, agregué. Pasamos la
desviacion a Taxco y legamos a Iguala, pero no entramos
en esa calurosisima y tamarindosa ciudad. Ahi se acababa
la autopista de euota y habfa que entrarle ala carretera de
siempre, de una sola, curveante y estrecha via. Por suerte
el transito, eve, nos dej6 avanvar rapido durante un rato.
Atravesamos el rio Mezeala, que es el Balsas, y de pronto
ya estabamos en la Cafada del Zopilote, una extensa deso-
lacién con colinas, un lecho reseco de rio, muchas piedras
Y vexetacién casi desértica. El calor aument6 notablemen-
te y yo me maldije por viajar a esas horas, hubiera sido
mejor salir a las seis de la mafiana, como sugirié Adelita,
para no asarnos. Perot dijiste que saliéramos a las ocho y
ya ves, menso, me asest6 ella.
‘Adela insistio entonces en que el viejo Acapuleo (el
destino de la nao de China que en realided era de Filipinas)
se desvanecia con rapidez. A lo largo de la Costera habsa
Inds negocios y mientras los aeapulqueios se apefuscaban
‘en el centro, en la colonia Cuauhtémac, en Mozimba y en
los cerros de la Mira y de La Pinzona, la accién turstica
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daba a partir del Papagayo (y el colindante arroyo de
aguas negras que impunemente infectaba la bahia), pasaba
porla Diana, se refocilaba en la Condesa y avanzaba hacia
Costa Azul, Ieacos, la Base y la Eseénica, algo impensable
unos aos antes. Pero el mar atin estaba limpio, salvo en
el muelle, frente al z6calo, y en Caleta y Caletilla, que al
Detgaban yates y lanchas. Acapulco no paraba de crecer y
‘como los buenos lugares yaestaban ocupados o eran carisi-
mos, los mas pobres se instalaban en La Laja, en las Fakdas|
del Veladero, lo que llamaban el Anfieatro. Acorientan a
‘Acapuleo, deefan muchos, hay que sacarlos a patadas, y
‘es0 es exactamente lo que van a hacer, me dijo ella, te lo
{ro por el honor de ls hijas de mi tfo Alejandro, Igual van
‘acabar con la guerilla de Lucio Cabafas, la van a hacer
‘eaca, vas a ver. Gracias a la pltica, y alos 100 kilémetros
‘por hora que le gustaron a Adela, salimos indemnes de los
‘ealorones de la Cahada del Zopilote.
El aire se refrese6 conforme nos aceresbamos a Chil
pancingo, 0 Chilpo, como le dicen los chilpos, me aclaré
‘Adela y se sols a reir, muy contenta. Se vela hermostsima
al volante, envuelta ahora en las canciones de Leonard Co-
hen. Cargamos gasolina, hicimos pis y tomamos un reftes
co antes de emprender el timo tramo del viaje, poco més
de 100 lilometros a través de curvas cerradisimas. Habia
que ir muy despacio, lo eual por otra parte permitia ver
la bellezainausdita de esa parte de la sierra. Le dije a Adela
{que me tocaba conducit, pero ella onrones ay no, mi vida,
vengo manjando rico, lo he hecho perfecto, sin aceeres,
a