2. La «desinstitucionalización» de la familia. 3. La promoción del referente igualitario en la pareja.
La posmujer de su casa significa mucho más que
un nuevo estadio en la historia de la vida doméstica y económica de las mujeres. Una ruptura histórica en la manera en que se construye la identidad femenina, así como las relaciones entre los sexos
Conmoción sin precedentes en el modo de
socialización y de individualización de la mujer, una generalización del principio de libre gobierno de sí, una nueva economía de los poderes femeninos La mujer se asocia con las potencias del mal y del caos, con los actos de magia y de hechicería. Las matronas dirigen el trabajo femenino y disponen de derecho de veto en lo referente a proyectos de guerra. Sociedad campesina: deciden compras que conciernen a la economía familiar, dan dinero al marido para sus gastos. Las mujeres ejercen cierto número de poderes, no asumen en parte alguna las cargas más elevadas, las funciones políticas, militares y sacerdotales capaces de procurar el más alto reconocimiento social.
Los antiguos ensalzaron a cierto número de
mujeres por sus virtudes ejemplares, mas no por ello el género femenino permanece menos relegado a las tareas carentes de prestigio de la vida doméstica Para los hombres la gloria inmortal, los honores públicos, el monopolio de la plenitud social. Para las mujeres la sombra y el olvido que recaen sobre los seres inferiores. De Aristófanes a Séneca, de Plauto a los predicadores cristianos, domina una tradición de diatribas y de sátiras contra la mujer, presentada como ser engañoso y licencioso, inconstante e ignorante, envidioso y peligroso. La mujer como mal necesario encasillado en las actividades sin brillo, ser inferior sistemáticamente desvalorizado o despreciado por los hombres: tal es el modelo de la «primera mujer». La mujer no invalidaría la realidad de la jerarquía social de los sexos. La mujer no desempeña papel alguno en la vida política, debe obediencia al marido, se le niega la independencia económica e intelectual. El poder de la mujer sigue confinado tan sólo al ámbito de lo imaginario, de los discursos y de la vida doméstica. El eterno femenino nos arrastra hacia lo alto», escribe Goethe. A partir del siglo XVIII se difunde la idea de que la potencia del sexo débil es inmensa, que, pese a las apariencias, ostenta el verdadero poder al tener vara alta con los niños, al ejercer su imperio sobre los hombres importantes. Potencia civilizadora de las costumbres, dueña de los sueños masculinos, «bello sexo», educadora de los hijos, «hada del hogar»; a diferencia de lo que ocurría en el pasado, los poderes específicos de la mujer son venerados, puestos en un pedestal. A partir de la potencia maldita de la mujer se edificó el modelo de la «segunda mujer», la mujer exaltada, idolatrada, en la que las feministas reconocerán una forma suprema de dominio masculino. LA TERCER MUJER O LA MUJER INDETERMINADA.
En la actualidad, un nuevo modelo rige el lugar
y el destino social de la mujer. Nuevo modelo que se caracteriza por su autonomización en relación con la influencia que tradicionalmente han ejercido los hombres sobre las definiciones y significaciones imaginario- sociales de la mujer. La segunda fue adulada, idealizada, colocada en un trono. Esta época concluye ante nuestros ojos; con la posmujer de su casa, el destino femenino entra por primera vez en una era de imprevisibilidad y de apertura estructural. ¿Qué estudios realizar? ¿Con vistas a qué profesión? ¿Qué trayectoria profesional seguir? ¿Casarse o vivir en concubinato? ¿Divorciarse o no? ¿Qué número de hijos y en qué momento? ¿En el marco de la institución matrimonial o fuera del matrimonio? ¿Trabajar a tiempo parcial o a tiempo completo? ¿Cómo conciliar vida profesional y vida maternal? Todo, en la existencia femenina, es ahora objeto de elección, de interrogación y de arbitraje. Nada establece de modo imperativo su lugar en el orden social; ahora las vemos, con la misma legitimidad que los hombres, entregadas al imperativo moderno de definir e inventar, retazo a retazo, su propia vida.
Si bien es cierto que las mujeres no llevan las riendas del poder político y económico, no cabe la menor duda de que han adquirido el poder de gobernarse a sí mismas sin vía social preestablecida alguna.
Los antiguos poderes mágicos, misteriosos, maléficos se han visto
sucedidos por el poder de inventarse a sí mismo, el poder de proyectar y de construir un futuro indeterminado. Tanto la primera como la segunda mujer se hallaban subordinadas al hombre. La primera mujer está sujeta a sí misma; la segunda mujer era una creación ideal de los hombres; la tercera supone una autocreación femenina. Los roles exclusivos se han visto sustituidos por las orientaciones preferentes, las libres elecciones por parte de los agentes, la abertura de las oportunidades. La libertad de dirigirse a sí mismo se aplica ahora de modo indistinto a los dos géneros, pero sigue construyéndose «en situación», a partir de normas y de roles sociales diferenciados, respecto de los cuales nada indica que estén impelidos a una futura desaparición.