Esto quiere decir dos cosas. Primero, que las imágenes del arte son, en cuanto tales,
desemejanzas. Segundo, que la imagen no es algo exclusivo de lo visible. Hay un visible que no
hace imagen, hay imágenes que son todo palabra. Pero el régimen más corriente de la imagen
es aquel que escenifica una relación de lo decible a lo visible, una relación que actúa al mismo
tiempo sobre su analogía y sobre su esemejanza. Esta relación no exige en modo alguno la
presencia material de los dos términos. Lo visible se deja disponer en tropos significativos, la
palabra despliega una visibilidad que puede ser cegadora.
«imágenes», es decir, en relaciones entre una visibilidad y una significación.
lo propio del arte contemporáneo es la separación entre las presencias sensibles y las
significaciones.
la sociedad moderna se caráteriza por la separación de las esferas de experiencia y
de las formas de racionalidad que son propias de cada una, separación que el
vínculo de la razón comunicacional debe simplemente completar.
La autonomía de las formas artísticas, la separación de las palabras y de las formas, de la música y de
las formas plásticas, del arte docto y de las formas de entretenimiento, adquieren entonces otro
sentido: separan las puras formas del arte de las formas de la vida cotidiana, mercantil y estetizada,
que disimulan la fractura. Y se permite así que la tensión solitaria de esas formas autónomas
manifieste la separación primera que las funda, que haga aparecer la «imagen» de lo reprimido y
recuerde la exigencia de una vida no separada.
El arte moderno debe preservar la pureza de sus separaciones, debe hacerlo para inscribir la marca de esa
catástrofe sublime, cuya inscripción testimonia también de la catástrofe totalitaria - la de los genocidios,
pero también la de la vida estetizada, es decir, de hecho, anestesiada.