En el primer acto de adoración de que se tenga memoria, Caín y Abel presentaron sus ofrendas a Dios. Caín trajo del fruto de la tierra, y Abel trajo de las primicias de sus ovejas. Pero la ofrenda de Caín fue rechazada y la de Abel aceptada. Cada uno de ellos ofreció de lo que tenía. Esto parece natural y correcto. En el capítulo no hay ninguna indicación de que uno de los sacrificios fuera más agradable que el otro. El requerimiento divino que instituía el derramamiento de sangre todavía no había sido revelado. Las leyes concernientes al sacrificio todavía no se habían dado. Entonces ¿cuál es la razón para que Dios hubiera rechazado la ofrenda de Caín? Parece que la respuesta se encuentra en el carácter de los adoradores y no en la clase de sus ofrendas. "No es en los regalos ni en su apariencia externa, sino en la disposición interna que la persona manifiesta, lo que determina la conducta de Dios" (Delitzsch). El apóstol Juan declara enfáticamente que Caín mató a su hermano "Por que sus obras eran malas, y las de su hermano justas" (I Juan 3:12). El escritor a los hebreos ofrece un juicio similar cuando escribió, "Por la fe" precisamente que "Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas" (11:4). Algunos eruditos bíblicos han visto en la expresión, "Si bien hicieres" (v. 7), una indicación de la condición del corazón de Caín. Evidentemente había andado "haciendo el bien" antes de ofrecer su sacrificio. El hecho es que Dios requería más que las ofrendas sacrificadas. En una ocasión el profeta Samuel reprochó al rey Saúl en la forma siguiente: "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros" (I Samuel 15:22). Esta verdad es vista con frecuencia en los mensajes de los profetas (Amós 5:15; Miqueas 6:6; Isaías 1:17 y Jeremías 7:5,22). Caín es el tipo de aquellos que en todas las edades son religiosos en lo exterior. Tienen cierta forma de piedad, pero niegan su eficacia (II Timoteo 3:5). El profundo disgusto de Caín con Dios (v. 5), es una clara indicación que, mientras que él había cumplido con todo el ritual del sacrificio, su corazón no tenía la verdadera piedad.