Cap. 4: «El lector en la ficción» Dualidad: cuerpo vs. mente
• Dos premisas discutibles: 1) la lectura no es primordialmente
acto de interpretación sino actividad accesible a la inspección del cuerpo. 2) los libros son, antes que portadores de significado, objetos materiales que determinan modos y hábitos de lectura (modos de producción: influyen en recepción). • Lectura como ejercicio físico. Pone en juego al cuerpo. Historia de la crítica: testimonio de lectores «sensibles y sensuales». La dicotomía occidental mente-cuerpo hace que concibamos a la cultura como divorciada de este último, pero la lectura afecta al cuerpo. Temor ante la aparición de la lectura silenciosa. [Otros: la hubo desde la Antigüedad]. Traerá voces «poco fiables», olvidadas, y otras canónicas (Johnson y los efectos ajenos a la voluntad). Fiebre lectora: el placer como escapismo • Entretenimiento/instrucción: se ve como estimular al cuerpo antes que al espíritu. «Riesgos» de leer ficción. Escapismo. Se agudiza al imponerse la novela en el siglo XIX (ya a fines del XVIII). Quien lee se sustrae a sus «deberes societales» (mujeres). • Se corresponde con una sensibilidad protorromántica organicista y fisiológica. Se habla de afecciones físicas y/o psicopatológicas a causa de la lectura, por el aislamiento que puede conducir al escapismo, por un lado, y por la quietud del cuerpo y su aposentarse en el interior burgués, por el otro. P. 73: lista de afecciones físicas (1795) recabadas por Darnton. • «Pasión desenfrenada», «fiebre». Puede pensarse que el folletín colabora para generar esa «adicción» hasta entonces desconocida. Sobre todo, se decía, afectaba a las clases populares. Es interesante contrastar con la actualidad en la que el «mal» es la falta de lectura. Comentarios «dietéticos» • METÁFORA ALIMENTICIA. Es más que eso. Se pensaba realmente que la lectura (las ideas, las pasiones que transmitía) se asimilaban al organismo como una sustancia. No se veía tan divorciada la mente del cuerpo aún, el pensamiento se procesa fisiológicamente. // De allí viene la expresión «gusto literario». • Se usa para distinguir el «BRUTAL CONSUMO» del más delicado o distanciado ámbito de la RECEPCIÓN. De ahí que sea una cuestión de clase, también. Las clases populares (aunque no solamente) son las que «devoran» novelas con «apetito voraz» sin discriminar qué tipo de cosa están leyendo ni reflexionar sobre lo que se ha leído. Lecturas que «se olvidan». La novela del Siglo XIX, incluyendo a algunos autores clásicos –así como a autores de folletín olvidados- se ve como best seller, mera literatura de entretinimiento. Consumo vs. recepción • Sobreidentificación con el material. «VIVIR» las novelas que se leían. Ahí enganchan las apreciaciones de Piglia en El último lector, y Littau los retomará en el siguiente capítulo (ej. Werther). • Comer se ha considerado una función corporal inferior. Consumo de masas: consumo «goloso». • No obstante, estas metáforas «voraces» se aplicaban también a literatura «sana». Esa distinción (el exceso en algo que es en sí es bueno, «saludable») evidencia una distinción en la apreciación de la cultura: hay unas formas «superiores» y otras «inferiores». De ahí: consumo voraz vs. recepción (más «refinada»). Metáfora: «rumiar» («digerir» pausadamente, reflexionar sobre lo que se lee y no olvidarlo). Literatura y enfermedad • Dos posibles interpretaciones. O efectivamente era una manera muy «física» de considerar la lectura, o con esas metáforas «organicistas» se «somatizaban» preocupaciones ideológicas: «fermento del pensamiento», ansia de independencia y libertad, autodeterminación.
• Fines del S. XIX: abundan en la ficción las referencias a
afecciones nerviosas derivadas de los esfuerzos intelectuales: «neurastenia». No solo son las crisis histéricas de las mujeres.
• Las revoluciones de 1848 en Europa estuvieron en parte
determinadas por la circulación de impresos (folletos, periódicos) que se prestaban o leían con retraso, pero que llegaban a trabajadores urbanos (mucho menos a los campesinos). Obviamente, acá se trata de «literatura de ideas» y no de la de entretenimiento como la novela. Lectura intensiva vs. Lectura extensiva • No obstante, la ficción también se puede considerar «subversiva». Por ejemplo, las mujeres leían aisladas en una habitación y se sustraían así de la mirada patriarcal, quedando disponibles para ideas y fantasías que surgían de la lectura. • Lectura como «vicio», adicción (cita Beyer, p. 77). Es comparable al embriagarse, se dice. Es curioso lo que dice Lyons: los obreros que emprendían una formación autodidacta solían imponerse la abstención de tomar alcohol (no les alcanzaba el escaso tiempo libre). Se ve como una compulsión, como cualquier consumismo. «Las hojas de los libros son tan opiáceas como los pétalos de las amapolas» (anónimo, 1867). • P. 78: Hoche, 1794 y la misma concepción en 1879 (excepto que el ritmo de la lectura, como el de la vida, se ha acelerado durante el S. XIX) →paso de la lectura INTENSIVA a la EXTENSIVA → éste corresponde a la vida moderna (ej: leer en los trenes). Es leer más, más fugazmente, «sin orden ni concierto». La lectura «inquieta» destruye la capacidad de pensar. «Familiaridad fugaz», etc. Modos de producción / modos de consumo • La novela es un género «portátil» que reclama una lectura solitaria. Géneros: diferencias con la poesía (por volumen, circula mejor) y con el teatro (que se representa). • La novela que puede transportarse es posible gracias a la difusión de la imprenta. Así justifica la autora su primera premisa de que el libro es ante todo un artefacto material, y que esta materialidad influye en los modos de leer y sus cambios históricos. «Impacto de la tecnología sobre la fisiología». • Tecnología «como un tren desbocado», y como red (ferrocarriles). Relación libros – trenes – viajes (p. 81). En conclusiones (pp. 101-102) reseña un debate: «determinismo tecnológico» vs. «determinismo ideológico». Lectura «protocinemática» (siglo XIX). De la lectura al cine • «Talento reactivo» (Nietzsche, p. 83): de ahí Littau concluye que las respuestas de los espectadores/lectores se experimentan como sensaciones, son viscerales y «antes de que medie la actividad crítica de la mente». Propone una historia de la recepción que no coloque por delante consideraciones estéticas ni facultades críticas. • En este proceso se suma e influye la vida en las grandes ciudades, las multitudes (Poe, Simmel, Baudelaire) • El cine «se abalanza sobre todos los sentidos con todos los medios posibles». En las críticas al cine (pp. 87-89) en sus primeros años, se reproducen los discursos sobre la fisiología de la lectura. Utiliza ejemplos que sirven muy bien para argumentar una respuesta «involuntaria y corporal». • Ahora: «ya no queremos enhebrar prosaicas letras (…) poniendo a prueba la mente (…) deseamos disfrutar de la lectura en imágenes y hacerlo con facilidad» (Anónimo, 1910). El siglo XX y la cultura audiovisual • Del cine a la computadora, pasando por la TV, el soporte se desliza del papel a la pantalla. Estas tecnologías afectan nuestros modos de escribir, leer, pensar. Y lo hacen a partir de intensificar o alterar sensaciones corporales antes que por la actividad interpretativa que puedan generar. • De los cortos de comienzos del cine a los efectos especiales hiperreales por computadora, la tecnología intensifica sensaciones cuando pareciera que el «acostumbramiento» a lo anterior las aplaca. • De la lectura extensiva al hipertexto, al hipermedio, y de allí a los entornos de realidad virtual →donde la computadora ya deja de ser una tecnología de escritura y manipula la percepción igual que el cine, TV, etc. (94) Lectores siglo XVIII - XIX • La «era del sentimentalismo» y el joven Werther: el lector «lacrimoso». Actitud de feminización del lector (por sobreidentificación directa o por contraposición, mímesis compleja). Caracterización de reacciones y rasgos «femeninos» aunque no solo afectaban a las mujeres. La moda werheriana y los «retos» al orden público: asalto a la esfera pública por parte de aquello que pertenece a lo privado (novela, emociones, afecciones). • El gótico y el lector «aterrado»: la novela de Austen como aprendizaje por efecto paródico. Persiste aquí la intención «didáctica» del narrador. El realismo y el relato fantástico-sentimental como parte del «nuevo verosímil»: peligrosidad en ambos. • El narrador de Flaubert y Emma Bovary: desaparece esa «guía moral». No sabemos cómo leer por una estrategia formal deliberadamente ambigua → novela como «proeza literaria» o como lo «más inmoral» que se haya escrito. Con Flaubert queda claro –lo quiera Littau o no- que su análisis no puede ser exclusivamente desde lo fisiológico. El siglo XX y el fin de una enfermedad • Con Flaubert y luego con el esteticismo de fines del S. XIX la novela va alcanzando «mayoría de edad». Cabalmente con la novela experimental/modernista del S. XX (período entre Guerras). • La «enfermedad mimética» llega a su fin cuando el realismo decimonónico deja de ser dominante, y con eso la lectura deja de verse como posible fuente de patologías (por lo menos no se ve así de modo generalizado). • Barthes: el realismo es «para lectores», el modernismo «para escritores» (lectura «activa y crítica»). De la «sobreidentificación» a la «sobreinterpretación» • Cambian las formas de narrar, cambia el concepto de realidad, y los avances tecnológicos proveen nuevos soportes y formas de experimentar sensaciones desconocidas, alterar la percepción, etc. (cine, cultura de la pantalla). • Recordar hipótesis de Piglia (acordemos o no): aparece una forma/medio nueva/o y la/el anterior «se estetiza» (novela – cine – TV – Internet).