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CR 1 de 43

INTRODUCCIÓN, 1

La cristología es una parte de la teología que trata sobre Cristo.


Estudia a Jesucristo como el Verbo encarnado e Hijo de Dios, y
a Jesús como nuestro salvador y redentor, tal como nos lo
propone la fe de la Iglesia.

El misterio de Cristo, que se refiere a su persona y a su obra de


salvación, anuda y resume todos los artículos de la fe: los que se
refieren a la Trinidad, pues Él es Dios, el Hijo del Padre, y nos
revela la Trinidad; y los que se refieren a los designios y obras de
Dios, pues Él ha realizado el plan de su voluntad salvífica.
INTRODUCCIÓN, 2
CR 2 de 43

Mediante los métodos propios de la historia podemos llegar a conocer


cada vez mejor la realidad visible de la vida de Jesús. Pero únicamente
mediante la Revelación divina y la fe podemos trascender lo externo y
llegar a conocer quién es Él verdaderamente: “nadie conoce al Hijo sino
el Padre” (Mt 11, 27); “nadie puede venir a mí si no le atrae el Padre
que me ha enviado” (Jn 6, 44).

Jesucristo, mediador y plenitud de toda la Revelación, no es un mito: es


Dios hecho hombre que vivió en un contexto histórico concreto, y los
acontecimientos de su vida fueron reales y comprobables. Pero hace
falta un conocimiento amoroso de Cristo hasta hacernos semejantes a
Él (cfr. CCE 428-429).
CR 3 de 43
INTRODUCCIÓN, 3

Desde finales del siglo XVIII (Ilustración), surge la búsqueda de reconstruir la


vida de Jesús con una metodología histórica prescindiendo de lo que no tiene
una explicación racional. Cristo fue un simple hombre: desechar como mito
todo lo milagroso.

En el siglo XIX, el protestantismo liberal también intentó llegar


al “verdadero” Jesús, sólo hombre, contando únicamente con la
razón y la ciencia histórica positiva. Se podría conocer muy poco
del “Jesús histórico”.

Siglo XX: para Rudolf Bultmann la fe en Jesús fue desarrollándose por un


proceso de mitificación. Habría que estudiar la historia de las formas literarias
de los Evangelios y después desmitificar el camino que la fe habría recorrido.
Autores posteriores: nuevas aportaciones de la lingüística. Se llega a un Jesús
“judío”, taumaturgo, maestro, revolucionario, o profeta escatológico.
CR 4 de 43
INTRODUCCIÓN, 4

Los prejuicios racionalistas excluyen de entrada como imposible que


Jesucristo sea Dios o la realidad de los milagros. Esta actitud resulta
incompatible con la sincera búsqueda de la verdad. La distinción entre el
“Jesús histórico” y el “Cristo de la fe” es una distinción de graves
consecuencias.

El mismo nombre de “Jesucristo”, con el que le denominaron desde


los comienzos, confiesa que “Jesús”, el Hijo único de Dios que vivió
en Nazaret, es el “Cristo”, el de la fe. La actitud principal de la primera
tradición cristiana fue la de conservar fielmente el recuerdo de
las palabras y obras de Jesús.
INTRODUCCIÓN, 5
CR 5 de 43

El punto de partida de la cristología (teología) es la fe. El depósito de


la fe se ha transmitido de dos modos: la Sagrada Escritura y la
Tradición. Y “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios
escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo
de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo”
(DV 10).

Las ciencias humanas (historia, arqueología, filología, etc.) tienen su


valor (conocer mejor las condiciones históricas de la cultura del
ambiente de Jesús, los géneros literarios, la composición de los
Evangelios, etc.), siempre que se apliquen de modo científico y con
rectitud, y no estén viciadas por determinadas ideas filosóficas. Ese
Jesús que la historia investiga no es un simple hombre, es el Hijo de
Dios.
CR 6 de 43
VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 1

El fin de la Encarnación es la salvación de los


hombres: el Hijo de Dios vino “para que el
mundo se salve por Él” (Jn 3, 17), “para ser
salvador del mundo”(1 Jn 4, 14). Credo: “por
nosotros los hombres y por nuestra salvación
bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”.
CR 7 de 43
VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 2

La salvación del hombre comprende dos aspectos unidos: la liberación del


pecado y la comunicación de la vida divina. CCE 457: “El Verbo se encarnó
para salvarnos reconciliándonos con Dios”.

CCE 458: “Se encarnó para que nosotros conociésemos así el


amor
de Dios”. CCE 459: “Se encarnó para ser nuestro
modelo de santidad”. CCE 460: “Se encarnó para hacernos
‘partícipes de la naturaleza divina’
(2 P 1, 4)”.
VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 3

El hombre, con sus solas fuerzas, no puede alcanzar la salvación.


Después del pecado original, todos los hombres habían quedado
privados de la gloria de Dios, de la amistad de Dios, y esclavos del
pecado. Nadie puede ser justificado sino por la gracia de Jesucristo.

La Encarnación es obra del amor y de la misericordia de Dios. La


decisión de Dios de salvarnos es absolutamente libre y gratuita.

La venida del Hijo de Dios al mundo no era necesaria para la


salvación del hombre.

El nombre de Jesús quiere decir en hebreo “Dios salva” o “Salvador”.


CR 9 de 43 VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 4

Promesas del Redentor: 1) protoevangelio (Gn 3, 15); 2) promesa a Abraham (Gn 12)
de darle una tierra y hacerle padre de un gran pueblo y que por su descendencia
serían bendecidas todas las naciones de la tierra; 3) confirmación y renovación de la
promesa con distintos elegidos, concretando la ascendencia del Mesías:
descendiente de Jacob, de la tribu de Judá, de la familia de David.

Profecías sobre el Mesías rey: 1) será hijo de David y su reino no


tendrá fin (Natán: 2 Sam 7, 12-16); 2) especial filiación divina (Sal 2); 3)
nacerá de una virgen y se llamará Emmanuel, que significa “Dios
con nosotros” (Is 7, 14).
VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 5

Profecías sobre el Mesías rey y profeta: Moisés, tipo y figura de


todos los profetas. Dt 18, 15-19: Dios enviará “otro profeta”
como Moisés que enseñará y guiará a su pueblo. Is 61, 1-2: el
Mesías será ungido por Dios con el espíritu de los profetas para
anunciar la salvación a los hombres.

Profecías sobre el Mesías rey y sacerdote: Salmo 109 (110): el Salvador


será a la vez rey y sacerdote. Pero su sacerdocio no es el levítico. Figura
de Cristo: Melquisedec, rey-sacerdote (cfr. Heb 7, 3).

Profecías sobre el sacrificio de Cristo: Is 42, 49, 50, 52: cantos


sobre el “Siervo de Yahvéh”; Salmo 21 (22). “Dios mío, Dios mío,
¿porqué me has abandonado?”.

“Hijo del hombre”: Dan 7: restaura el reino mesiánico.


CR 11 de 43
VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 6

El nombre de Mesías proviene del hebreo “mashiah” que significa


“ungido”. Fue traducido al griego por “christós” y latinizado en
“christus”. Originalmente se aplicaba al rey de Israel, ungido con
aceite en su investidura. Aplicado a David y a su dinastía. También
a los consagrados para una misión recibida de Dios (sacerdotes y
excepcionalmente profetas).

El Mesías “que Dios enviaría para instaurar definitivamente su


Reino (...) debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez
como rey y sacerdote (cfr. Za 4, 14; 6, 13), pero también como
profeta (cfr. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza
mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y
rey” (CCE 436).
CR 12 de 43
VENIDA DEL HIJO DE DIOS, 7

La Encarnación da sentido a toda la historia. Cristo es el


fundamento de toda la historia anterior, que tiene valor
salvífico sólo por medio de Él y hacia Él se ordena. Así como
también Cristo es el fundamento de toda la historia posterior,
que vive de la gracia proveniente de su obra redentora.
Gaudium et spes 10: “Cree la Iglesia que la clave, el centro y el
fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”.

Cristo es el centro de la historia humana, no en sentido cronológico,


sino trascendente: es “el alfa y la omega, el primero y el último, el
principio y el fin” (Ap 22, 13).
CR 13 de 43
REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 1

En el admirable plan de la donación que Dios hace de sí mismo a


la criatura, la Encarnación es el acontecimiento central y
culminante, y María ha sido la colaboradora con su fe y con su
amor a la unión de Jesús con la humanidad. La Encarnación es
obra de la Trinidad. Se realiza por el Espíritu Santo en comunión
con el Hijo.

María es verdaderamente Madre de Dios. “En efecto, aquél que


ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se
ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que
el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima
Trinidad” (CCE 495).
CR 14 de 43
REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 2
Realidad del cuerpo de Cristo
El docetismo (ya en el siglo I) considera que la materia es mala y, en
consecuencia, niega que Cristo tuviera un verdadero cuerpo
material. El cuerpo de Cristo sería sólo aparente: su nacimiento o su
pasión y muerte no fueron reales sino sólo ficticios e irreales.

NT: testimonia que Cristo fue hombre verdadero, con un cuerpo


real: desciende de David, fue concebido de María, nació, se cansó,
tuvo hambre y sed, durmió, sufrió, derramó su sangre, murió, fue
sepultado. Cuerpo de carne y hueso, real y tangible.

Santos Padres: negar la realidad del cuerpo de Cristo es negar la


redención.
CR 15 de 43
REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 3
Realidad del alma de Cristo
Apolinar de Laodicea (siglo IV): la humanidad de Cristo estaría
compuesta solamente de carne y alma sensitiva. El Verbo asu-
miría la función de alma intelectiva y racional.

Santos Padres: sin alma (sin inteligencia ni voluntad humanas), Cristo


no habría redimido al linaje humano, pues no fue sanado lo que no
fue asumido.

Apolinarismo es condenado por el Papa San


Dámaso y el Concilio Constantinopla I (381).

Verdadera naturaleza humana de Jesús: unión del alma y del cuerpo.


CR 16 de 43
REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 4

Adopcionismo: Cristo no era una persona divina, sino un hombre que


recibió una “dynamis” o fuerza divina en el Bautismo que lo hace un
hombre superior. No es Hijo de Dios por naturaleza, sino sólo por
adopción (ej.:Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, condenado y
depuesto de su cargo en el año 268).

Arrio (256-336): Subordinacionismo extremo: Hijo creado de la nada,


criatura a través de la cual se hicieron las demás cosas. Conde-
nado en Nicea I (325): Cristo es “homousios”, consustancial al Padre.

Siglo XIX y XX: negación de la divinidad del “Jesús de la historia”.


Pío X condenó el modernismo (Enc. Pascendi, 1907).
CR 17 de 43
REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 5
:
- Es superior a la Ley: señor del sábado (Mt 12, 1-8).
- Es superior a los profetas y reyes (Jonás y Salomón: Mt 12, 41-42).
- Perdona los pecados, poder exclusivo de Dios.
- Se equipara con Dios en la autoridad (“...Pero Yo os digo...”).
- Pide fe (Jn 14, 1) y amor por encima de todo (Mt 10, 37) que sólo
Dios puede exigir, y su aceptación es requisito para la salvación
(Mt 10, 32). Incluso pide que se entregue la vida por Él (Lc 17, 33).

Jn 17, 5: “gloria que tuve junto a ti antes de que el mundo existiera”;


Col 1, 15-17: creador y conservador del mundo; muchos textos que
afirman que ha venido enviado por su Padre: viene “del cielo” (Jn 3,
13), “de lo alto” (Jn 8, 23); “ha salido de Dios Padre” (Jn 8, 42), etc..
CR 18 de 43 REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 6

Como el Padre actúa siempre, así Jesús da la vida y la salud, incluso


en sábado (Jn 5, 17). Jn 8, 19: “Si me conocierais a mí conoceríais
también al Padre”; Jn 10, 38: “El Padre está en mí, y yo en el Padre”;
Jn 14, 9: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”.
Jn 10, 30: “El Padre y yo somos una sola cosa”.

Prólogo del Evangelio de San Juan; Rom 9, 5 (“el cual es sobre todas las
cosas Dios bendito por los siglos”); Flp 2, 5-8 (“siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios...”); Tit 2, 13-14
(“esperamos la manifestación gloriosa del gran Dios (...) Jesucristo”).
CR 19 de 43
REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN, 7

AT: título dado a los ángeles (Dt 32, 8), al pueblo elegido (Ex 4,
22), y a sus reyes (2 Sam 7, 14). Significa entonces una relación
particular entre Dios y su criatura. También cuando llama “hijo de
Dios” al Mesías (Salmo 2, 7) los judíos entendían que era un
hombre singular-mente bendecido por Dios, y no Hijo único de
Dios por naturaleza.

NT: - Lo que vimos ya muestra que Jesús se declaraba Hijo de


Dios en cuanto verdadero Dios nacido del Padre: los judíos lo
entendían así y querían matarle por eso; - Jesús distingue: “mi
Padre... vuestro Padre” (Jn 20, 17); - Él es “hijo propio” (Rom 8, 3)
y Unigénito (Jn 3, 16. 18) del Padre; - Mt 11, 27: “Nadie conoce al
Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo...”.
CR 20 de 43
UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 1

Nestorio (patriarca de Constantinopla, 428): María no sería Madre


de Dios porque en Jesús habría dos personas: una divina y otra hu-
mana, y María sería madre de la persona humana de Cristo. La
unión entre la naturaleza divina y la humana sería sólo una unión
moral entre dos sujetos. Identidad de voluntad, pero no se podría
decir que el Hijo de Dios nació de María, murió, etc..

Refutado por San Cirilo de Alejandría y condenado por Éfeso (431).


Unión de las dos naturalezas de Cristo en la Persona (hipóstasis)
divina del Verbo, única en Cristo. Por eso María es verdaderamente
Madre de Dios: de Ella nació el Verbo según la carne.
CR 21 de 43 UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 2

Monofisismo: Eutiques, superior de un monasterio de


Constantinopla (s. V), afirma que después de la Encarnación
hay una sola naturaleza en Cristo, compuesta de la divina y la
humana, aunque la humana habría sido absorbida en la infinita
persona del Hijo de Dios.

Condenado por San León Magno (440-461) y Calcedonia (451):


“Hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro
Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre (...). Se ha de
reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único del Padre,
en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación. (...) Quedan a salvo las propiedades de cada una de las
naturalezas”.
“Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha
de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el
mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios
verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de
cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo
consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a
nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de
los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por
nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de
Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el
mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin
cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia
de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada
naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola
hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo
Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él
nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el
Símbolo de los Padres. Así, pues, después que con toda exactitud y cuidado
en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el
santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni
siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás”.
CR 22 de 43
UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 3

Una hipóstasis o individuo es una substancia individual completa, subsistente en sí


misma, independiente en su ser de otros individuos.
=> Se llaman “personas” a las hipóstasis más dignas, los seres racionales que son
dueños de sus actos.

Naturaleza es la esencia en cuanto principio de operaciones (ej.:


la naturaleza de Pedro es su condición humana con sus facultades
propias por las que actúa como hombre).

La distinción entre una naturaleza y la persona que la posee es


una distinción entre una parte y el todo. Ej.: Pedro es la persona,
el todo, y la naturaleza es una parte de él que le especifica.
CR 23 de 43 UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 4

La unión de las dos naturalezas en Cristo es una unión hipostática (en


la persona). No tiene semejanza con ninguna otra unión. La conocemos
por la fe.

La naturaleza humana de Cristo es íntegra y perfecta, pero no es


una persona humana, ni es un sujeto distinto del Verbo.

Constantinopla II (553) “confesó a propósito de Cristo: ‘No hay


más que una sola hipóstasis (o persona) que es nuestro Señor
Jesucristo, uno de la Trinidad’. Por tanto, todo en la humanidad de
Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio
sujeto, no solamente los milagros sino también los sufrimientos y
la misma muerte” (CCE 468).
CR 24 de 43 UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 5

La Encarnación no supuso cambio alguno en el Hijo de Dios, que es


inmutable. Sólo hay cambio en la naturaleza humana que comienza a
existir elevada inefablemente a la unión personal con el Verbo.

La Persona de Cristo no es causada por la unión de las dos naturalezas,


sino que es eterna. Cristo no “es” o existe por su naturaleza humana, sino
que por ella “es hombre”.

Cristo en cuanto hombre no es hijo adoptivo por la gracia que tiene,


pues su humanidad no constituye ningún sujeto personal que
pudiera ser hijo.

El Hijo de Dios (Persona) es Hijo de María, pues ha nacido


verdaderamente de Ella según su naturaleza humana. Nacen
personas, no naturalezas.
CR 25 de 43
UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 6

Para unos autores recientes la personalidad consistiría en la apertura


de la conciencia humana al ser en general, al infinito, o sea a Dios.
Pero entonces, como en Cristo hay un centro de conciencia humano
referido a otro centro de conciencia divino, habría dos
subjetividades en Él: una divina (Dios), otra humana (Cristo). Jesús
será un hombre en quien tiene lugar la revelación suprema de Dios.

Esas teorías reducen la realidad de un ser a uno de sus actos: la persona sería
la simple conciencia de sí. Lo cual es un error, pues toda operación vital
como lo es la conciencia- requiere un sujeto operante, que es la persona. La
persona no se identifica con su conciencia, ni se constituye por ella: la
persona es quien tiene esa conciencia de sí.
CR 26 de 43 UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO, 7

El Hijo de Dios ha hecho partícipe a la humanidad asumida de la


dignidad de su persona: al expresar el misterio de la Encarnación se da
una especie de comunicación de propiedades entre lo humano y lo
divino, que se llama “communicatio idiomatum”.

A la única persona de Cristo hay que atribuir tanto todas las


propiedades y acciones de su naturaleza divina como las de su
naturaleza humana (ej.: se puede decir “Dios ha nacido de María” o “ha
muerto por nosotros”).

No se puede atribuir a una naturaleza de Cristo las propiedades y


acciones de la otra (ej.: no se puede decir que la divinidad ha
nacido en el tiempo). Sí se puede reduplicar: “Jesús, en cuanto
Dios...”; “el Hijo de Dios, en cuanto hombre...”.
CR 27 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 1

La humanidad de Cristo es el adecuado instrumento indisolublemente


unido al Verbo para la obra salvífica. Es un instrumento vivo y racional,
no inerte o pasivo.

Cuanto más unido se está con Dios, más se participa de su bondad y


más abundantes bienes se reciben. No hay unión más íntima con
Dios que la unión en una persona divina. De ahí que Cristo en su
humanidad esté lleno de los dones divinos: su naturaleza humana
pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la
ha asumido (cfr. CCE 470).

El Hijo de Dios no asumió aquellos defectos o limitaciones que


dificultarían la obra salvífica (pecado, ignorancia...). Sí asumió
aquellas limitaciones de nuestra naturaleza que sirven al fin de la
Encarnación y que no son defecto moral (dolor...).
CR 28 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 2

Santidad en el AT: alguien o algo es santo en sentido ontológico en


la medida que está unido a Dios, le pertenece, y está destinado o
consagrado a su servicio exclusivo (el Templo, el sábado, el pueblo
de Dios...). En el NT, esta noción se enriquece con la de una
participación en la vida divina por acción del Espíritu Santo que
transforma al hombre interiormente, lo diviniza, lo purifica del
pecado.

En sentido operativo y moral se dice que es santo quien vive


establemente la unión sobrenatural con Dios por la fe y el
amor.

Cristo es santo no sólo en cuanto Dios, sino también en


cuanto hombre.
CR 29 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 3

Por la unión hipostática, la humanidad de Cristo tiene la santidad


infinita del Verbo. Así en cuanto hombre, Cristo es santo porque su
humanidad está unida al Verbo y le pertenece. Ese don a la
naturaleza humana de Cristo se llama “gracia de unión”.

Cristo en cuanto hombre también es santo por la gracia habitual,


conveniente porque su humanidad no es santa por sí misma ni se ha
transformado en divina (distinción de las dos naturalezas). Llega a ser
divina y santa por participación. Cristo tiene plenitud de gracia
santificante porque la unión de su humanidad a Dios es la más estrecha
imaginable. Jesús poseía la gracia con toda la perfección posible: con
todos los efectos, virtudes, dones y operaciones que ésta puede tener y
alcanzar. Todas las gracias que tienen los hombres provienen de Él. Esa
plenitud se llama “gracia capital”.
CR 30 de 43 LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 4

La gracia diviniza al alma en su esencia. Esta divinización se


extiende a las potencias del alma por las virtudes sobrenaturales.

Cristo en cuanto hombre está plenamente divinizado por la gracia


habitual: por eso no podían faltarle las virtudes infusas en grado máximo
y perfecto. Pero no tuvo aquellas virtudes que suponen en sí mismas
alguna carencia o imperfección (fe: ya poseía la visión de Dios;
esperanza: ya tenía la unión con Dios; penitencia: no tuvo pecado).

A causa de su plenitud de gracia, Cristo poseía los dones del Espíritu


Santo en grado excelentísimo y eminente, y todos los carismas que han
tenido los hombres para alguna misión de edificación de los demás
(apóstoles, profetas, predicadores, doctores, pastores, etc.).
CR 31 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 5

Jesús es santo también en sentido operativo y moral: completa


identificación de su voluntad humana con su voluntad divina, en lo
grande y en lo pequeño.

El Magisterio ha enseñado en varias ocasiones que Cristo no tuvo


pecado, es “semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado”
(ej.: Calcedonia, 451); y estuvo libre también del pecado original y
del “fomes peccati”, por lo que en Él la sensibilidad estaba siempre
perfectamente subordinada a la razón (ej.: Constantinopla II, 553).

Cristo no sólo no tuvo pecado de hecho, sino que era impecable,


porque las acciones son de la persona. Si Cristo pudiera pecar, sería
Dios quien pecaría. Además Cristo gozaba de la visión de Dios, que
supone la imposibilidad de rechazar el Bien infinito.
CR 32 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 6

Como Cristo tiene dos naturalezas perfectas, tiene dos modos de


conocer, uno infinito y divino y otro humano.
Conocimiento humano de Cristo
Gaudium et spes 22: El Hijo de Dios “trabajó con manos de hombre,
pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre”.

Tuvo ciencia adquirida (parte de los sentidos y de la experiencia),


ciencia de visión (visión beatífica propia de los bienaventurados:
Jn 8, 38: “Yo digo lo que veo en el Padre”) y ciencia infusa o
profética (proviene directamente de Dios por la comunicación de
algunas ideas a la mente humana).
CR 33 de 43
LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 7

La crítica histórica, el protestantismo liberal y el modernismo, han


sostenido que Jesús padecía error en cuanto a la fecha del fin del
mundo y en cuanto a la naturaleza de su mesianismo. Teorías
condenadas por San Pío X (Enc. Pascendi, 1907).

La existencia de un error en Cristo implicaría que no es Dios, que


no es la Verdad. No tuvo ni error ni ignorancia.

Padres: Cristo no ignoraba la fecha del fin del mundo, sino que ni
quería ni debía revelarla. => CCE 474: “Lo que reconoce ignorar
en este campo (cfr. Mc 13, 32), declara en otro lugar no tener
misión de revelarlo (cfr. Hch 1, 7)”.
CR 34 de 43 LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 8

A partir del siglo XX, especial interés por la conciencia que Jesús
tenía de sí mismo: si se sabía Hijo de Dios y Mesías. Unos autores
niegan que tuviera conciencia de su divinidad. Otros sostienen que
desde una inicial ignorancia, iría poco a poco tomando conciencia
de ser Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Jesús en su conciencia humana tenía un claro y verdadero conocimiento


de sí: Hijo de Dios venido al mundo para salvarnos. En NT se ve ya cuando
tenía 12 años: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc
2, 49). Además, nunca aparece un yo humano de Jesús y otro yo del Hijo
de Dios. Y Jesús utiliza a menudo la expresión revelada a Moisés, “Yo soy”,
manifestando que es Dios.
CR 35 de 43 OTRAS CARACTERÍSTICAS, 1

Monoenergetismo: para ganarse a los monofisitas, Sergio de


Constantinopla (inicio s. VII) enseñó que Cristo tenía una única
operación. Monotelismo: buscando la unidad religiosa, el Emperador
Heraclio dejó de hablar del monoenergetismo y pasó a sostener que
había una sola voluntad en Cristo. Lo impuso a toda la Iglesia (638).

San Máximo el Confesor consiguió que el Papa Martín I convocara un


concilio en Letrán (649) que condenó ambos errores. En el año 681, el
concilio ecuménico de Constantinopla III los condenó solemnemente:
“se dan en Él (Cristo) dos voluntades y dos operaciones naturales, sin
división, sin cambio, sin separación, sin confusión”.
CR 36 de 43 OTRAS CARACTERÍSTICAS, 2

El Verbo asumió una naturaleza humana perfecta, y la voluntad


libre pertenece, de modo esencial, a la integridad y perfección de
la naturaleza humana. Así tiene un querer divino común con el
Padre y el Espíritu Santo, propio de la naturaleza divina, y un
querer humano propio de su naturaleza humana asumida, que no
comparte con el Padre y el Espíritu Santo.

Libertad humana de Cristo: “Doy mi vida para tomarla de nuevo.


Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente” (Jn 10, 17).

Que Cristo sea libre no significa que pudiera pecar. Elige siempre
el bien con dominio sobre sus actos porque su libertad es
perfecta. Querer el mal, no es lo propio de la libertad, aunque sea
un signo de libertad, como el error no es conocimiento.
CR 37 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 3

La voluntad humana de Cristo siempre “sigue a su voluntad divina


sin hacerle resistencia ni oposición, sino que, por el contrario, está
siempre subordinada a esta voluntad omnipotente” (Constantinopla
III, 681).

En Getsemaní, cuando Jesús dice: “No se cumpla mi voluntad,


sino la tuya” (Mt 26,39), no hay oposición de voluntades, sino
que su inclinación sensible o su sensibilidad podían apetecer
algún bien distinto del querer divino, pero estaban enteramente
sometidas a él por el acto libre de su voluntad racional
humana.
CR 38 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 4

Constantinopla III, 681 confesó “dos operaciones naturales sin di-


visión, sin cambio, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor
nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación
divina y otra operación humana”.

Santo Tomás de Aquino (Compendium theologiae, c. 212, n. 419):


“La naturaleza es el principio de la operación. Por eso en Cristo no
hay una sola operación por ser un único sujeto, sino dos
operaciones porque son dos las naturalezas”.

Como todo hombre, puede realizar todas las acciones humanas


naturales y como todo hombre en estado de gracia puede realizar
obras sobrenaturales. Todas estas acciones son propias de la
segunda Persona de la Santísima Trinidad.
CR 39 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 5

Como las acciones humanas de Cristo eran libres y nacían del


inmenso amor al Padre que el Espíritu Santo había infundido en
su alma, todas ellas eran meritorias, es decir, eran dignas de
alcanzar el fin al que las había ordenado el designio divino.

Antes de su Resurrección, Cristo mereció para sí mismo


aquellos bienes que aún no poseía (glorificación y exaltación de
su humanidad). También mereció para nosotros la salvación.
Mereció la gracia para todos los hombres, pues a este fin estaba
ordenada la Encarnación del Verbo.
CR 40 de 43 OTRAS CARACTERÍSTICAS, 6
Las acciones humanas de Cristo en cuanto son instrumentos de la
divinidad
En el orden físico: se sirve de gestos y palabras humanas para hacer
milagros. Estas acciones humanas en cuanto son instrumentos de la
divinidad para realizar obras propias de la omnipotencia divina se
llaman en teología “teándricas”. En el orden espiritual, la divinidad
se sirvió de su querer humano y de sus palabras para perdonar los
pecados, y de sus acciones humanas para comunicar la gracia.

En todas estas acciones la causa eficiente principal es la naturaleza y


el poder del Verbo, que tiene en común con el Padre y el Espíritu
Santo; y la humanidad de Cristo es la causa instrumental.
CR 41 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 7

Cristo tuvo aquellos sentimientos y pasiones propios de la


naturaleza humana compatibles con la plenitud de gracia y que
servían a nuestra redención: alegría de las obras de su Padre (Lc
10, 21) y de saberse amado del Padre (Jn 15, 10); deseos ardientes
de nuestra redención (Lc 12, 50) y de quedarse en la Eucaristía (Lc
22, 15); tristeza al contemplar los sufrimientos de su Pasión y el
pecado de los suyos (Mt 26, 38); dolor del alma hasta llorar por la
muerte de Lázaro (Jn 11, 33-35); ira ante la hipocresía de algunos
(Mc 3, 5) y los mercaderes en el Templo (Mt 21, 12), etc..

En Cristo la razón controlaba perfectamente sentimientos y


pasiones, toda su afectividad.
CR 42 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 8

En Jesús no faltó la virtud natural, de la que derivan todas las


demás, que es el amor, y que es sobrenaturalizado por la
caridad. Éste ha sido el motor de su vida, y la clave de la
armonía y unidad de todo su ser: su amor y entrega al Padre y
a nosotros.

CCE 478: “Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta
razón, el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros
pecados y para nuestra salvación, ‘es considerado como el
principal indicador y símbolo (...) del amor con que el divino
Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los
hombres’ (Pío XII, Enc. Haurietis aquas, 1956)”.
CR 43 de 43
OTRAS CARACTERÍSTICAS, 9

Los Evangelios no nos han transmitido ninguna descripción directa


sobre el rostro y el aspecto físico de María y de Cristo. De modo
indirecto nos sugieren algunos datos sobre la fisonomía de Jesús:
debió de tener una presencia agradable, amable para que muchos
acudieran a Él, y le llevaran niños para que les impusiera las
manos; unos modales dignos que inspiraban el afecto de personas
de toda condición; una mirada que removió a los Apóstoles para
que lo siguieran dejando todas las cosas...

Quizá Dios permitió que no tuviéramos una descripción de Jesús


para que no fuéramos atraídos a Él por motivos meramente
humanos.
CR2 1 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 1

La cristología estudia el misterio de Cristo: de su persona y de


su obra redentora en una unidad indisoluble. Jesús es el Hijo de
Dios hecho hombre y, a la vez, el Salvador esperado.

No se pueden separar estos dos aspectos: 1) la finalidad de su


venida al mundo es precisamente la salvación de los hombres;
2) Únicamente el Hijo de Dios puede realizar una auténtica
redención del pecado del mundo.

Vamos a ver en la segunda parte de Cristología la acción


redentora, teniendo presente lo visto ya acerca de su persona.
CR2 2 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 2

Todos los hombres albergan una esperanza profunda de alcanzar


la verdad y el bien y un anhelo de conseguir la felicidad.

CCE 843: “La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda,


‘entre sombras e imágenes’, del Dios desconocido pero próximo ya
que es Él quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas y
quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo
lo bueno y verdadero que puede encontrarse en las diversas
religiones”. CCE 844: “Pero, en su comportamiento religioso, los
hombres muestran también límites y errores que desfiguran en
ellos la imagen de Dios”.

Cristo revela que Dios nos ama y nos destinó antes de la creación
del mundo a una alianza que nos hace participar de su vida
infinitamente feliz.
CR2 3 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 3

La Biblia nos enseña que el origen del mal y del sufrimiento está en
el “misterio de iniquidad” que es el pecado: el de unos ángeles y
los de los hombres, principalmente el original, pero también los
personales de cada hombre y cada mujer.

La imagen de Dios en la persona humana ha sido oscurecida y


desfigurada por el pecado, pero no destruida totalmente.

El hombre con sus solas fuerzas no puede liberarse del pecado y sus
consecuencias. La liberación verdadera y completa del hombre
procede únicamente de Dios: “la prueba que Dios nos ama es que
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”
(Rom 5, 8).
CR2 4 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 4

Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la


Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios. Puesto
que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre
Dios lo es también. Las perfecciones de las criaturas reflejan la
perfección infinita de Dios. Podemos nombrar a Dios a partir de las
perfecciones de sus criaturas. (cfr. CCE 39-41)

Dios trasciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar


nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de imperfecto.
Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio
de Dios. Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa
ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios
mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita
simplicidad. (cfr. CCE 42-43)
CR2 5 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 5

“Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su


designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que
precede a todo mérito por nuestra parte: ‘En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y
nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados’ (1 Jn 4,
10). ‘La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros
todavía pecadores, murió por nosotros’ (Rm 5, 8)” (CCE 604).

El designio divino de salvación a través de la muerte de Cristo había


sido anunciado antes en la Escritura como misterio de redención
universal. La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la
profecía del Siervo doliente (cfr. Is 53, 7-8, Hch 8, 32-35).
CR2 6 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 6

Padres orientales: subrayan que Cristo ha venido a


comunicarnos la semejanza con Dios perdida por
el pecado. “Admirable intercambio”: el Verbo se
ha hecho partícipe de la humanidad para hacernos
partícipes de la divinidad. Se fijan en el aspecto
descendente y gratuito de la salvación.

Padres occidentales: se fijan en el aspecto ascendente


de la salvación: la obra realizada por nuestra Cabeza,
Cristo, en nombre de toda la humanidad para ganarnos
la salvación. Subrayan su ofrenda al Padre del sacrificio
perfecto de su vida para reparar nuestro pecado y re-
conciliarnos con Dios.
CR2 7 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 7

San Anselmo (+ 1109) veía a Dios como Señor soberano, cuyo ho-
nor es ofendido por el pecado. Ante esta ofensa, el orden de la justi-
cia divina exige con todo rigor una reparación voluntaria adecuada
o un castigo. Pero la deuda es infinita por ser Dios el ofendido: no
debiendo pagarla sino el hombre, y no pudiendo pagarla sino Dios,
tenía que ser hombre y Dios quien satisfaciera al honor divino herido.

Es una interpretación válida en diversos aspectos y


que ha influido en la teología posterior.
Pero es demasiado jurídica, con una concepción muy
humana de Dios, del pecado como ofensa inferida a
Dios, de su reparación como compensación que debe
recibir del hombre, y de una justicia divina que obliga
a Dios a exigir sus derechos.
CR2 8 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 8

“Los derechos del demonio” (algunos escritos


cristianos de los primeros siglos): al cometer el
pecado de origen, el hombre voluntariamente
se habría hecho esclavo del demonio. La sangre
de Jesús sería el rescate, el precio pagado al
demonio para librar al hombre de su esclavitud.

Esta teoría fue combatida por San Gregorio de Nacianzo: es errónea


pues interpreta la redención según los usos humanos (alguien que
paga y alguien a quien se paga) y es ajena a la unidad de toda la
Escritura, por ejemplo en cuanto al poder del demonio, que parece
tener derechos absolutos sobre nosotros.
CR2 9 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 9
Algunas interpretaciones históricas erróneas
sobre la redención, 2
Para Lutero, la satisfacción (cfr. San Anselmo) tiene
lugar mediante un castigo. Cristo cae bajo la ira de
Dios, porque tomó sobre sí no sólo las consecuencias
del pecado sino el pecado mismo. Cristo nos redime por
medio de una “sustitución penal”: toma nuestro lugar y
es castigado por Dios en lugar nuestro.

Calvino añade que Jesús no sólo murió como pecador, sino que
también bajó al infierno y sufrió las penas de los condenados.

Estas teorías presentan a Dios no como Padre que nos ama sino
como un soberano vindicativo y, además, injusto (condena al
inocente en lugar del culpable).
CR2 10 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 10

En teorías del siglo XX, Cristo es el maestro, el guía ético y el


ejemplo de vida. Su influjo en el hombre es sólo moral: la salvación
no nos viene de Él, sino que es el hombre quien se redime a sí
mismo autónomamente, siguiendo a Cristo. Su muerte es
simplemente el símbolo supremo del esfuerzo de la humanidad
por librarse del mal.

En esa corriente hay quienes han pensado que Cristo sería


el modelo de lucha contra las estructuras sociales injustas
(teologías de la liberación, algunas inspiradas en el
marxismo).
CR2 11 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 11

La salvación del hombre nace del amor misericordioso de Dios. La


redención es ante todo una intervención descendente y misericordiosa
de Dios en la historia de los hombres.

La salvación también sigue el orden de la justicia divina: ningún


hombre podría satisfacer por todo el linaje humano. Aunque fuera
muy santo, no repararía el pecado más que en él mismo y no en
todos y cada uno de los seres humanos. (cfr. CCE 616)

La redención concilia admirablemente la misericordia


y la justicia divinas. Si el hombre no pusiera algo de
su parte, Dios habría actuado al margen de su justicia
(no injustamente), movido sólo por su misericordia.
Nos libera gratuitamente (misericordia) y del modo
más conveniente y digno para nosotros (justicia).
CR2 12 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 12

Aspecto ascendente de la obra de Cristo: Jesús,


representando a los hombres ante Dios, como
nuevo Adán y Cabeza de la humanidad, sella
una nueva relación de Alianza entre Dios y los
hombres, y obtiene de su Padre la salvación
para nosotros. Con su actuación humana libre,
alcanza que Dios Padre nos conceda el perdón.

Aspecto descendente de la obra de Cristo: enviado por el Padre,


comunica a los hombres los dones divinos de la salvación: nos revela
a Dios y nos comunica la vida sobrenatural. Ha venido al mundo
para comunicar a los hombres la gracia que quita el pecado y les
hace partícipes de la vida divina.
CR2 13 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 13

Existe un orden en la dispensación de la economía salvífica:


primero Cristo debía satisfacer el pecado de la humanidad y
merecer su glorificación junto con nuestra salvación (aspecto
ascendente). Una vez exaltado como Señor sobre todas las
cosas a la diestra del Padre, nos dispensa los bienes que nos
había ganado con su sangre y nos concede el don del Espíritu
Santo (aspecto descendente). Estos dos aspectos están
estrechamente unidos en el designio divino: el don de la gracia
es fruto del sacrificio de Cristo.
CR2 14 de 55

MISTERIO DE LA REDENCIÓN, 14

El plan de Dios Padre es que los hombres entremos en comunión


con Él por medio del Verbo encarnado. La obra de Cristo debe
alcanzar a cada uno de los hombres.

Es el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, quien, con su poder


infinito, alcanza a todos los hombres de todos los tiempos, y hace
que las acciones y méritos de Cristo se puedan aplicar y tener
eficacia salvífica en cada uno. Hace posible que cada uno pueda
entrar en comunión con el Hijo de Dios, se incorpore a Él y
participe de la redención.

El Espíritu Santo se sirve de la Iglesia, “sacramento universal de


salvación”(Lumen gentium 48), para que los hombres encuentran
a Cristo y participen de la salvación.
CR2 15 de 55
MEDIADOR Y CABEZA, 1

Mediador es nombre de oficio. Se aplica a quien hace de medio


entre los que están separados para reconciliarlos, o para unirlos
de alguna forma.

En la economía divina, los mediadores no son


primariamente representantes del pueblo ante
el Señor, sino representantes de Dios. La
alianza y la salvación vienen de lo alto; no es
obra humana.

“Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de


su Persona divina; por esta razón Él es el único Mediador entre
Dios y los hombres” (CCE 480).
CR2 16 de 55
MEDIADOR Y CABEZA, 2

Cristo, mediador de la Nueva y eterna Alianza: las anteriores eran


parciales e imperfectas, pues no hacían a los hombres partícipes
de la intimidad divina. Jesús nos revela plenamente al Padre, qui-
ta el pecado del mundo y establece la verdadera comunión de vida
entre Dios y los hombres.

Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres: sólo Él une


a los hombres con Dios (Jn 14, 6: “Nadie va al Padre sino por mí”).

Hay otros mediadores, pero subordinados a Cristo y


partícipes de su mediación. Existen grados de mediadores
subordinados (sólo Cristo repara el pecado y comunica la
gracia por sí mismo): 1) la Virgen María Mediadora de
todas las gracias, 2) los ángeles, 3) los santos, 4) los
sacerdotes, 5) todos los cristianos.
CR2 17 de 55
MEDIADOR Y CABEZA, 3

1 Tim 2, 5-6: “Uno solo es el Mediador entre Dios y los hombres:


Jesucristo hombre, que se entregó a sí mismo en redención de todos”.

Cristo en cuanto Dios no tiene condición de medio (no difiere del


Padre ni del Espíritu Santo). Tampoco la tiene simplemente por el
hecho de ser hombre. La tiene en cuanto es hombre lleno de gracia
y con su entrega (vivificada por esa plenitud de gracia) reconcilia
los hombres con Dios.

La unión hipostática es el fundamento de su mediación: si Cristo


no fuera Dios hecho hombre, no tendría la plenitud de gracia y, por
tanto, no sería Mediador.

Cristo ejerce su mediación como Sacerdote, Profeta y Rey.


CR2 18 de 55
MEDIADOR Y CABEZA, 4

El sacerdote es mediador entre Dios y los hombres. Pero el


término “mediador” es más amplio que el de “sacerdote”. No
toda mediación es un sacerdocio (profetas, reyes, etc.). La
suya es la principal: consiste en unir y reconciliar a los
hombres con Dios quitando el pecado. Ofrece sacrificios
para reconciliarnos con Dios.

Cristo es el único y sumo Sacerdote que con su sacrificio nos re-


concilia con Dios. Todo otro sacerdocio (ministerial o común) es
participación de su sacerdocio y subordinado a él.

Su sacerdocio es distinto y superior al levítico, y es eterno.


CR2 19 de 55

MEDIADOR Y CABEZA, 5

Es mucho más que los profetas del AT y se distingue de todos ellos:


“en diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el
pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos
últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo” (Heb 1, 1-2).

El Hijo de Dios, al venir a este mundo, como hombre, es el media-


dor perfecto de la revelación pues nos manifiesta a Dios a quien ve
y oye. Él es la misma verdad.

Él es la plenitud de la revelación: es la Palabra única y perfecta del


Padre. Dios en su Verbo lo ha dicho todo: no habrá otra palabra
más que ésta. Nos libera de la ignorancia y del error.
CR2 20 de 55

MEDIADOR Y CABEZA, 6

Cristo se presenta como Buen Pastor y Rey: “el pueblo de Dios


participa (...) en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza
atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección.
Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no
habiendo ‘venido a ser servido, sino a servir y dar su vida por muchos’
(Mt 20, 28).Para el cristiano, ‘servir a Cristo es reinar’ (LG 36)”(CCE
786).

La Iglesia también ha presentado a Cristo como


Legislador (nos da la Ley nueva de la gracia y
de la caridad), o como Juez (dispensa la gracia
y el perdón de los pecados, y premia con la
gloria).
CR2 21 de 55

MEDIADOR Y CABEZA, 7

Dios quiso que la humanidad tuviera su principio en Adán. Éste


pecó no sólo como persona individual, sino también como cabeza
del género humano, y su acción implicaba a toda su descendencia
(cfr. Rom 5, 12-19). Cristo es el “nuevo” o “segundo” Adán.

Dios quiso que Jesucristo fuera el principio y la causa de la vida


sobrenatural de todos, el inicio de una humanidad redimida.

Adán y Cristo son principios de todo el género


humano: el primero en cuanto a la naturaleza y
al pecado, Cristo en cuanto a la salvación.

Cristo es el hombre nuevo y perfecto, superior a


Adán y a todos los hombres, el ejemplar de todos
los demás.
CR2 22 de 55

MEDIADOR Y CABEZA, 8

Cristo en cuanto hombre es Cabeza del género humano. Tiene la


misma naturaleza de los hombres y es solidario con todos ellos.

Es Cabeza de los hombres porque tiene una


preeminencia sobre ellos por su plenitud de
gracia, en virtud de la cual es el más perfecto
y el ejemplar de cada uno de los hombres.

Es Cabeza del género humano porque es el principio de la gracia


de todos los hombres, el salvador de todos ellos.

El fundamento o raíz de la plenitud de gracia de Cristo hombre es


la unión hipostática: si Cristo no fuera Dios hecho hombre, no
sería Cabeza del género humano.
CR2 23 de 55

MEDIADOR Y CABEZA, 9

Solidaridad de Cristo con el género humano: 1) física, de la sangre


(comparte nuestra naturaleza, es hijo de Adán); 2) moral e
intencional por el amor (nace de la libre voluntad de Jesús, de su
amor, virtud que une e identifica al amante con el amado y que hace
que las cosas del amado sean como propias; “me ha amado y se ha
entregado a sí mismo por mí” (Gal 2, 20)).

Cristo representa a los hombres ante Dios y se ofrece por todos, pero
propiamente no nos sustituye: no decide por nosotros, puesto que
debemos arrepentirnos de los pecados e incorporarnos
voluntariamente a Él como miembros suyos; y tampoco nos ahorra en
esta vida las penas del pecado, incluida la muerte.
CR2 24 de 55

MISTERIOS VIDA TERRENA DE CRISTO, 1

“Toda la vida de Cristo es misterio de Redención. La


Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz,
pero este misterio está actuando en toda la vida de
Cristo” (CCE 517).

CCE 517 añade: “Ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos


enriquece con su pobreza; en su vida oculta donde repara nuestra
insumisión mediante su sometimiento; en su palabra que purifica a sus
oyentes; en sus curaciones y en sus exorcismos, por los cuales él tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades; en su
Resurrección, por medio de la cual nos justifica”.

Jesús en todas sus obras “manifiesta plenamente el hombre al


propio hombre” (GS 22). Y todos sus actos son ejemplo y enseñanza
de vida para nosotros.
CR2 25 de 55

MISTERIOS VIDA TERRENA DE CRISTO, 2

Misterio de Navidad: Ha comenzado la


redención, el “admirable intercambio”
por el que el Creador del género humano,
haciéndose hombre y naciendo de una
virgen, nos hace partícipes de su divinidad.

Epifanía: manifestación de Jesús como Salvador del mundo.


Presentación de Jesús en el templo: Jesús es reconocido como
“signo de contradicción”; la espada de dolor predicho a la Vir-
gen anuncia la cruz.

Huida a Egipto y matanza de los inocentes: toda la vida de Cristo


estará bajo el signo de la persecución.
CR2 26 de 55

MISTERIOS VIDA TERRENA DE CRISTO, 3

La vida ordinaria de Jesús: el Verbo eterno ha redimido y santifica-


do así todas las realidades nobles con las que está entretejida la vida
común de los hombres. Obediencia de Jesús en lo cotidiano.

Vida de familia: Jesús la santifica; vida de traba-


jo: Jesús dedicó la mayor parte de su vida a su
trabajo, con perfección y con espíritu de servicio.

Su trabajo se convierte en tarea divina, en “realidad


redimida y redentora; no sólo es el ámbito en que el
hombre vive, sino medio y camino de santidad,
realidad santificable y santificadora”

Hallado en el Templo: cumple la voluntad divina aunque sacrificio


e incomprensión..
CR2 27 de 55

MISTERIOS VIDA TERRENA DE CRISTO, 4

Misterios de la vida pública, 1


En su bautismo Jesús es manifestado como Hijo de Dios y
Mesías, y a partir de entonces comienza su ministerio público.
Es modelo del bautismo cristiano (nos hace hijos de Dios, el
Espíritu Santo desciende sobre nosotros y se no abre el acceso
al Cielo).

Las tentaciones de Cristo forman parte de su victoria sobre el


Maligno. Cristo nos da ejemplo de cómo luchar contra el
Maligno y vencerle. “Fue probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado” (Hb 4, 15).
CR2 28 de 55

MISTERIOS VIDA TERRENA DE CRISTO, 5

Misterios de la vida pública, 2

La actividad de Jesús durante su vida pública se centra en la


predicación del Reino de Dios. Su predicación es asequible,
sencilla y clara, a la vez que exigente.

Jesús acompaña su doctrina con milagros.


Son signos del Mesías anunciado, señales
de su misión y de su divinidad.

Son comienzo y signo de la liberación


definitiva: anticipan la gran victoria de Jesús
sobre el “príncipe de este mundo” que será
definitivamente establecida con la cruz.
CR2 29 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 1

En la Muerte de Jesús, por encima de las causas


inmediatas históricas -el Sanedrín, Pilato, los
soldados- hay una causa de nivel más alto que
sólo puede ser conocida por la revelación: el
plan y la disposición de Dios que han permitido
los actos nacidos de la ceguera de los hombres
para realizar el designio de nuestra salvación.

Dios quiere que el hombre se arrepienta del pecado y exprese su


arrepentimiento interior con obras externas de penitencia, obras
de entrega a la voluntad divina.

Las penas derivadas del pecado se ordenan a la reparación del


mismo. Dios las permite porque son medicinales y se ordenan
a un bien mayor: la vida sobrenatural.
CR2 30 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 2

En el plan divino, el dolor purifica el alma, quita


el obstáculo de la propia voluntad que nos apartó
de Dios, sirve, con la ayuda de la gracia, para
reparar el desorden del pecado en el hombre. El
sufrimiento, secuela del pecado original, recibe
un sentido nuevo con la obra salvífica de Cristo.

La reparación plena de los pecados de los hombres se da por la


Pasión y Muerte de Cristo.

Dios Padre no es causa directa de la Muerte de su Hijo. La permitió


porque de ahí vendría un bien mayor. Entregó a Cristo a la Pasión y
Muerte porque según su eterna voluntad las dispuso para reparar los
pecados del género humano. Valor inmenso de la salvación de las
almas para Dios.
CR2 31 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 3

Autores de la Pasión de Cristo (su causa eficiente): los que tenían la


intención de matarlo, lo condenaron y le hicieron sufrir los tormentos
que produjeron su muerte. Detrás de ellos actúa Satanás, homicida
desde el principio (cfr. Jn 8, 44). Pero también los pecadores son autores
de la Pasión: “la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la
responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús” (CCE 598).

Nostra aetate 4: “Aunque las autoridades de los judíos con sus


seguidores reclamaron la muerte de Cristo, lo que se perpetró en
su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los
judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy (...). No se ha
de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como
si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura”.
CR2 32 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 4

Cristo aceptó libremente su Pasión y su Muerte por amor a su


Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar. Se entregó
libre y voluntariamente a la Pasión, por amor nuestro. Pero esa
entrega no significa en modo alguno que se matara a sí mismo,
sino que no impidió, pudiendo, la acción de los que le ajusticiaron.

Flp 2, 8: “Se humilló a sí mismo haciéndose


obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Se trata de una obediencia vivida por amor. El


verdadero amor a Dios se muestra cumpliendo
libremente su voluntad.
CR2 33 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 5

Jesús padeció por parte de los judíos, de los gentiles


y de los que le seguían (Judas, Pedro, abandono...).

Padeció en su alma: todos los pecados de los


hombres, tristeza y temor ante la muerte cierta,
caída de Judas, escándalo de sus discípulos,
humillaciones, injusticias, burlas e insultos.

Padeció en su cuerpo: flagelación,


coronación de espinas, crucifixión,
agonía en la cruz hasta la muerte.
CR2 34 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 6

“Mérito” es el derecho a un premio o retribución por una obra


realizada. Con relación a Dios, el hombre propiamente no tiene
ningún derecho ante Dios. Si puede merecer algo ante Dios, es porque
Él previa y libremente ha establecido retribuir algunas acciones
nuestras nacidas del amor. No aparece la palabra en la Escritura, pero
sí su contenido.

Todas las acciones de Cristo son meritorias (nacen de su amor y


libertad) y obtienen del Padre nuestra salvación. Pero en su Pasión
mereció de modo particular.

Cristo mereció la vida sobrenatural para todos los hombres y para


todos la gracia que quita el pecado: se ofreció por nosotros como
Cabeza nuestra.
CR2 35 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 7

Satisfacción = reparación de una falta u ofensa mediante la en-


trega de alguna compensación. Con Dios, analogía: significa
la acción que Dios requiere del hombre para cancelar su pecado
(arrepentimiento, obras de penitencia).

CCE 615: “Por su obediencia hasta la muerte, Jesús


llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que ‘se
dio a sí mismo en expiación’, ‘cuando llevó el pecado
de muchos’, a quienes ‘justificará y cuyas culpas
soportará’ (cfr. Is 53, 10-12). Jesús repara por
nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros
pecados”.
CR2 36 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 8

La Pasión de Cristo satisface por los pecados del mundo. Es una


satisfacción vicaria: “del justo por los injustos” (1 P 3, 18).

El Hijo de Dios, Santo y Justo, pero hecho solidario


por amor con nosotros pecadores,
representándonos a todos y llevando las
penalidades de nuestro pecado, como víctima del
pecado, intercede por todos para cancelar nuestra
falta. Así se deben interpretar algunos textos de la
Escritura como 2 Cor 5, 21 (“a quien no conoció
pecado Dios le hizo pecado por nosotros”) o Gal 3,
13 (“nos redimió de la maldición de la Ley
haciéndose por nosotros maldición”).
CR2 37 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 9

Sacrificio es el ofrecimiento hecho a Dios de


algo propio, signo de la entrega interior a Dios
y de la renuncia a sí mismo, para reconciliarnos
con Él.

El valor del sacrificio exterior está en ser signo


del sacrificio interior o espiritual (entrega del
alma a Dios por amor), elemento principal del
sacrificio.

La Pasión es un sacrificio porque en ella Cristo se ofrece voluntaria-


mente a su Padre para reconciliar a los hombres con Dios. Por parte
de los que le crucificaron la Pasión no fue ningún sacrificio, sino
iniquidad; pero por parte de Cristo que padecía libremente y por
amor, fue un acto supremo de entrega, un verdadero sacrificio.
CR2 38 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 10

Cristo no sólo mereció que Dios


Padre nos otorgue la gracia, sino
que el mismo Cristo es quien nos
la comunica. La salvación de cada
uno procede de nuestra Cabeza,
como la vida de los sarmientos
procede de la vid.

La causa eficiente principal de la gracia de la salvación sólo puede


ser Dios; pero Dios produce esta gracia en nosotros mediante la
humanidad de Jesucristo que es el instrumento de la divinidad para
comunicar -y no sólo para merecer- todas las gracias a los hombres.

Las acciones realizadas por Cristo en el pasado tienen un poder


divino y alcanzan con su eficiencia toda la historia.
CR2 39 de 55
PASIÓN Y MUERTE, 11

La contemplación de la Pasión de Cristo nos mueve a amarle, ya


que Él nos ha dado pruebas de la verdad y de la grandeza de su
amor. Nos mueve a la contrición, a la conversión, a evitar el pe-
cado (apreciamos más claramente su malicia), a seguir a Cristo e
imitarle y a la generosidad para abrazar la voluntad de Dios
(aunque a veces suponga cargar con la cruz).

La Pasión de Cristo nos enseña el sentido del dolor:


Jesús no ha eliminado nuestros sufrimientos ni nos
evita la muerte, pero los ha transformado. Ahora esas
penalidades no son una simple pena del pecado, sino
que sirven de purificación y de mérito, son
participación de su cruz y de su obra redentora, son
camino de la salvación y de la verdadera vida.
CR2 40 de 55
GLORIFICACIÓN, 1

Para el racionalismo sólo son “históricos” aquellos sucesos cuyas


causas y efectos son intramundanos y comprobables por la
Experiencia. Por eso según la crítica histórica, en la mente de los
discípulos poco a poco se fue abriendo la creencia de la
resurrección, que realmente nunca aconteció: fue la fe en Jesús la
que creó la idea de la resurrección.

Otros autores, aun aceptando la verdad de la Resurrección, la


califican como acontecimiento “ahistórico” o “metahistórico”
y no “histórico”. Riesgo de negarla, porque en el lenguaje
usual, lo que no es histórico no se puede decir que haya ocurrido
verdaderamente.
CR2 41 de 55
GLORIFICACIÓN, 2

La Escritura insiste de muchas formas en la realidad de la Resu-


rrección (ej. Lc 24, 34: “¡El Señor ha resucitado realmente y se
ha aparecido a Simón!”). La Tradición repite que Jesús resucitó
verdaderamente. Es un acontecimiento real verificado en un
marco preciso de lugar y tiempo, con manifestaciones histórica-
mente comprobadas por testigos fiables que nos lo transmitieron.

Signos suficientes como para poder afirmar que verdaderamente


sucedió: el sepulcro vacío y la comprobación por las apariciones
de Jesús resucitado.

Goza al menos de la misma historicidad que cualquier otro


suceso real acaecido en el pasado.
CR2 42 de 55
GLORIFICACIÓN, 3

CCE 643: “Ante estos testimonios es imposible interpretar la Re-


surrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerla co-
mo un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los
discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y muerte
en cruz de su Maestro (...). Los evangelios, lejos de mostrarnos
una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan
a los discípulos abatidos (‘la cara sombría’: Lc 24, 17) y asustados.
Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro
y ‘sus palabras les parecían como desatinos’ (Lc 24, 11). Cuando Je-
sús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua, ‘les echó en cara
su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes
le habían visto resucitado’ (Mc 16, 14)”. CCE 644: “Muy al contra-
rio, su fe en la Resurrección nació -bajo la acción de la gracia divi-
na- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado”.
CR2 43 de 55
GLORIFICACIÓN, 4

“Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro


vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con
Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al
centro del Misterio de la fe en aquello que trasciende y sobrepasa
a la historia” (CCE 647).

La Resurrección es objeto de fe en cuanto 1) intervención


trascendente de Dios mismo en la historia: es obra de la Santísima
Trinidad; 2) glorificación de Cristo (perfecta participación de su
humanidad en la vida divina); 3) al sentido y valor salvífico que
tiene para nosotros (Cristo resucitado es nuestro Salvador que
nos libra del pecado y nos comunica la vida de Dios).
CR2 44 de 55
GLORIFICACIÓN, 5

Según las Escrituras, el Padre resucita a Jesús (Ej. Hch 2, 24), el


Hijo resucita por su propia virtud y poder (ej. Jn 10, 17-18), el
Espíritu Santo resucita a Jesús (ej. Rom 8, 11). Es una obra de la
omnipotencia divina común a las tres divinas Personas de la
Santísima Trinidad (Ej. 2 Cor 13, 4).

La Resurrección de Cristo no es una vuelta a la vida terrena, sino


un paso a otra vida más allá del tiempo y del espacio. Su cuerpo
es glorioso: es al mismo tiempo auténtico (material) y espiritual.
Puede aparecer donde, cuando y como quiere (propiedades de
agilidad y sutileza); es glorioso e incorruptible e inmortal
(propiedades de gloria e impasibilidad).
CR2 45 de 55
GLORIFICACIÓN, 6

“La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe


en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como
verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición,
establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada
como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la
Cruz” (CCE 638).

La Resurrección de Cristo revela su divinidad (pero hace falta la


fe para captar y confesarla pues en sus apariciones la divinidad
no es visible). Revela también que Cristo es el Salvador del
mundo: aunque desde su Encarnación Jesús era el Hijo de Dios
y el Mesías, en su Resurrección se manifestó su condición de
Salvador poderoso de todos los que creen en Él.
CR2 46 de 55
GLORIFICACIÓN, 7

La Resurrección de Cristo confirma la veracidad de su doctrina.


Es la “señal de Jonás” (Mt 12, 38), el Templo reconstruido en
tres días (“hablaba del santuario de su cuerpo” (Jn 2, 20-21)).
Los judíos entendieron el significado de sus palabras: pusieron
custodia en el sepulcro y lo sellaron (cfr. Mt 27, 62-66).

La Resurrección de Cristo es principio y causa de nuestra


resurrección futura. Es también principio de nuestra resurrección
espiritual, la fuente de la nueva vida del alma.

La gracia que nos libera del pecado y nos hace justos proviene del
Resucitado: es participación de la vida divina, nos hace hijos de
Dios.
CR2 47 de 55
GLORIFICACIÓN, 8

La Ascensión del Señor es un acontecimiento a la vez histórico y


trascendente.

Con la Ascensión se completa la manifestación de la gloria de


Cristo comenzada con su Resurrección.

Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, nos precede: con su Ascensión nos


ha abierto el acceso a la vida y a la felicidad de Dios en el cielo.

Jesucristo, Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, en el cielo


intercede sin cesar por nosotros. Constituido Señor con poder a la
derecha del Padre, nos comunica los dones divinos por la acción
del Espíritu Santo.
CR2 48 de 55
GLORIFICACIÓN, 9

La versión griega del AT (LXX) tradujo el nombre de Yahvé con


el cual Dios se reveló a Moisés (Ex 3, 14) por “Kyrios” (Señor).
Desde entonces fue el nombre más habitual para designar a Dios.

El NT utiliza el título “Señor” para Jesús: expresa así la


divinidad de Cristo.

La acción de sentarse a la derecha del Padre significa la


entronización de Jesús como Rey y la inauguración de su reinado. Es
Rey desde su Encarnación (cfr. Lc 1, 33; Jn 18, 33-37), pero
también por habernos rescatado al precio de su sangre, y se
manifiesta como “Rey de reyes y Señor de señores” a partir de su
glorificación.

Su reino es sobrenatural, eterno, no tendrá fin. Su reinado es


universal..
CR2 49 de 55
FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 1

La voluntad salvífica universal de Dios se centra en Cristo. Quiere


que todos los hombres se salven participando de la redención de
su Hijo hecho hombre: “por todos ha muerto Cristo” (2 Cor 5, 15).

Se llama “redención objetiva” a la obra del Redentor, tanto en su


vida Terrena como desde el cielo en su vida gloriosa, con la
cooperación del Espíritu Santo. Esta obra es causa de la salvación.

Se llama “redención subjetiva” a la participación de los frutos de


la obra de Cristo en cada uno de los hombres. Por la acción del
Espíritu Santo, Cristo ofrece a cada hombre la salvación, pero el
hombre puede rechazar la gracia que se le ofrece.
CR2 50 de 55
FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 2

La omnipotencia divina alcanza a todos los hombres y hace que las


acciones y méritos de Cristo se puedan aplicar y puedan tener
eficacia salvífica en cada uno. Aunque ese poder es común a las tres
Personas divinas, se suele apropiar al Espíritu Santo.

La Iglesia, cuya Cabeza es Cristo, tiene una relación indispensable


con la salvación de cada hombre. Es “sacramento universal de
salvación” (Lumen gentium 48). Toda la gracia proviene de Cristo, es
comunicada por el Espíritu Santo, y está misteriosamente
relacionada con la Iglesia. “La Iglesia peregrina es necesaria para la
salvación, pues Cristo es el único Mediador y camino de salvación y
se hace presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia” (Idem
14).
CR2 51 de 55
FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 3

El hombre tiene que incorporarse libremente a Cristo y así puede


recibir los frutos de su obra redentora. El hombre se une a Cristo
por la fe viva y los sacramentos de la Iglesia.

Fe viva: nadie puede salvarse sin la fe, que es el fundamento y el


origen de toda justificación. La fe viva obra por la caridad, está
acompañada por el arrepentimiento y por obras.

Sacramentos: nos hacen participar de los frutos de la


Redención. Entre ellos destacan el bautismo (sin él no hay unión
con nuestro Salvador ni vida sobrenatural y es necesario para la
salvación) y la Eucaristía (hace a los fieles que le reciben una
cosa con Él, y les comunica la vida eterna).
CR2 52 de 55
FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 4

Ciertamente Dios concede a todos los hombres la gracia que salva


(dada por medio de Cristo en el Espíritu, y que tiene relación con la
Iglesia). Pero desconocemos el modo como la gracia llega a los no
cristianos. Es claro que cada uno de ellos tendrá que acoger
libremente ese don divino para salvarse.

Efectos de la obra redentora de Cristo en los hombres: 1) nos libera


del pecado, tanto en cuanto a la culpa como en cuanto a la pena, en
lo que se refiere tanto al alma como al cuerpo: de la ignorancia y
de la tristeza, del desorden de las pasiones, del dolor y de la muerte
(purificación y camino para la gloria); 2) nos hace partícipes de la
vida divina y nos ha conseguido la vida eterna.
CR2 53 de 55
FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 5

Otros efectos de la obra de Cristo: 1) reconciliación, comunión y


amistad con Dios; 2) renovación interior del hombre nuevo por
la participación de la vida divina; 3) liberación de la muerte y re-
surrección de los cuerpos.

En la reparación de la vida del alma, dos aspectos:


liberación del pecado por la Pasión, nueva vida
del alma por la Resurrección de Cristo.

En la reparación de la vida corporal también:


destrucción de la muerte por la Muerte de Cristo,
nueva vida de nuestro cuerpo o resurrección por la
Resurrección de Cristo.
CR2 54 de 55

FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 6

La salvación es una realidad principalmente


escatológica: se dará completa cuando
Cristo reaparezca con gloria al fin del
mundo y todos sus enemigos sean puestos
bajo sus pies.

Ahora ya alcanzamos la salvación (el mundo ya está


salvado), aunque todavía no es completa. Ahora ya
poseemos realmente la semilla de vida eterna y por
eso tenemos la certeza de recibir sus frutos en plenitud.
CR2 55 de 55

FRUTOS DE LA REDENCIÓN, 7

María no sólo ha recibido la más perfecta participación de los


frutos de la salvación (sin pecado, llena de gracia, en cuerpo y
alma en el Cielo), sino que también ha sido asociada de un modo
singular y eminente a la persona de Cristo y a su obra redentora.
Es nuestra Madre en el orden de la gracia.

Es Mediadora en la obra salvífica de Cristo, unida a su Hijo. Y


“la Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado:
lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los
fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan
más íntimamente al Mediador y Salvador” (LG 62). Se va y se
vuelve a Jesús por María.
Ma 8 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 1

Entre los privilegios de la Virgen María en atención a su dignidad de


Madre de Dios y en virtud de los méritos de su Hijo, es de destacar
el de su Inmaculada Concepción, reconocido por la Iglesia desde sus
inicios y definido como dogma de fe el 8 de diciembre de 1854 por
el Papa Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus.

“Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene


que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su
Concepción fue, por singular gracia y privilegio del Dios
omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del
género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa
original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser firme y
constantemente creída por todos los fieles”.
Ma 9 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 2

“Inmune de toda mancha de culpa original”: la Iglesia confiesa que


María en ningún momento y en modo alguno fue alcanzada por la
culpa original que se transmite por generación a la humanidad
desde nuestros primeros padres.

Pío XII añade que cuando se habla de María, ni siquiera “cabe


plantearse la cuestión” de si tuvo o no algún pecado, por nimio que
pudiera pensarse, “puesto que lleva consigo la dignidad y santidad
más grandes después de las de Cristo. (...) Es tan pura y tan santa
que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios”
(Fulgens corona, 08.09.1953).

Sentencia cierta: libre de la concupiscencia desde su concepción.


Ma 10 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 3

La inmunidad de María es una gracia del Dios


todopoderoso que constituye un “privilegio
singular”. Dios se interpone entre María y el pecado
para que éste ni siquiera le roce por un instante. Es un
privilegio extraordinario concedido a la que había de
ser Madre de Dios.

Esta verdad no se ha obtenido como una conclusión a partir de


la Revelación, o por su conexión con alguna otra verdad
revelada. Se trata de una verdad formalmente revelada por
Dios. Ha habido progreso en el conocimiento y explicación, pero
la verdad era conocida desde los comienzos de la Iglesia como
divinamente revelada.
Ma 11 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 4

Anunciación (Lc 1, 28): “La expresión ‘llena de gracia’ traduce la


palabra griega ‘kexaritomene’, la cual es un participio pasivo. Así
pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego,
no se debería decir simplemente ‘llena de gracia’, sino ‘hecha llena
de gracia’ o ‘colmada de gracia’, lo cual indicaría claramente que
sebtrata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término (...)
expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica
plenitud” (Juan Pablo II, Audiencia general, 08.05.1996).

Los Padres advierten que las palabras de Isabel a María, en la


Visitación (“bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre”), dan a entender que María fue la sede de todas las gracias
divinas y que fue adornada con todos los carismas del Espíritu Santo,
al extremo de no haber estado nunca bajo el poder del mal.
Ma 12 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 5

Protoevangelio: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer,


entre su descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza, mientras
tu le muerdes el talón” (Gn 3, 15). En el texto hebraico, quien pisa
la cabeza de la serpiente es la descendencia de la mujer.

Pío XII, Fulgens corona: “Si en un momento determinado la


santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina,
por haber sido contaminada en su concepción por la mancha
hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al
menos durante ese período de tiempo, por más breve que fuera- la
enemistad eterna, de la que se habla desde la tradición primitiva
hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más
bien cierta servidumbre”.
Ma 13 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 6

La doctrina de la Inmaculada encontró cierta resistencia en


Occidente. Hubo santos, como Agustín, Bernardo, Alberto Magno,
Buenaventura y Tomás de Aquino, que al tiempo de afirmar la
eximia santidad de María, se resistían a proclamar el privilegio de la
Inmaculada. No percibían cómo conciliarlo con la universalidad de
la Redención operada por Cristo.

Solución: María no es una criatura exenta de redención. Es la primera


redimida por Cristo y lo ha sido de un modo eminente en atención a
los méritos de Jesucristo Salvador del género humano. Duns Escoto
distingue la “redención liberativa” de todos nosotros, de la
“redención preventiva” de María.
Ma 14 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 7

Hitos del Magisterio sobre la Inmaculada


Sixto IV, en 1476 y 1483, aprueba la Fiesta y el oficio de la
Concepción Inmaculada, prohibiendo calificar como herética la
sentencia inmaculista. Inocencio VIII, en 1489, aprueba la
invocación de la Concepción Inmaculada. Trento, en 1546, declara
que “no es intención suya incluir en este decreto, en que se trata del
pecado original, a la bienaventurada e inmaculada Virgen María,
Madre de Dios”. San Pío V incluye en el Breviario el oficio de la
Inmaculada. Paulo V, en 1616, prohíbe enseñar públicamente la
sentencia antiinmaculista. Gregorio XV, en 1612, lo prohíbe
privadamente. Alejandro VII, en 1661, publica una constitución
sobre la Inmaculada. Clemente XI, en 1708, extiende la Fiesta como
de precepto a toda la Iglesia Universal.
Ma 15 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 8

Privilegios incluidos en la plenitud de gracia, 1


Los Padres descartan no sólo cualquier especie de pecado en la
Madre de Dios, también la juzgan ajena a toda imperfección
voluntaria, hasta el punto de negar en Ella cualquier acto
imperfecto o remiso de caridad. Entienden que, en modo alguno,
ha estado inclinada al mal.

La posibilidad de hacer el mal es un signo, pero también una


imperfección de la libertad. El verdadero ejercicio de la libertad
consiste en elegir el bien porque nos da la gana. La gracia sana
la voluntad libre. Donde hay plenitud de gracia, hay plenitud de
voluntad sana y, por tanto, plenitud de libertad. Por eso la
Santísima Virgen fue libérrima en todo momento.
Ma 16 de 51

INMACULADA CONCEPCIÓN, 9

Privilegios incluidos en la plenitud de gracia, 2


La Virgen María estuvo sujeta al dolor. Santísima, sin sombra de
pecado, pero pasible y mortal, partícipe de la kénosis de su Hijo,
padeció al corredimir con Cristo. Una espada atravesó su alma
(anuncio de Simeón). El privilegio de la Inmaculada, lejos de
sustraer el dolor de María, aumentó en Ella su capacidad de
sufrimiento.

Desde su concepción la Virgen es superior en gracia a


todas las criaturas, incluidos los ángeles. Pero no era
una gracia infinita: creció a lo largo de su vida,
especialmente en la Encarnación, al pie de la Cruz y en
Pentecostés. Además, el amor recíproco entre el Hijo y
la Madre sería una causa ininterrumpida de incremento
de gracia para Ella.
Ma 1 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 1

A los cristianos del siglo V les resultaba familiar la palabra


Theotókos, que significa Madre de Dios.

El patriarca de Constantinopla, Nestorio (428),


afirmaba que Cristo era un sujeto humano, unido
pero distinto al Verbo: un hombre extraordinario,
pero no verdadero Dios. La Virgen sería entonces
Madre de Cristo, pero no Madre de Dios.

El concilio de Éfeso (431) declaró que la Segunda Persona de


la Santísima Trinidad, consubstancial al Padre, ha asumido una
naturaleza humana, de modo que la única persona en Cristo es
esta Persona divina. Así la Virgen es Madre de esta Persona
divina, y por eso verdadera Madre de Dios.
Ma 2 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 2

La pregunta “¿qué es?” se refiere a una naturaleza (es un pino,


un hombre, etc.), mientras que la pregunta “¿quién es?” se refiere
a una persona (es Pedro). Yo no soy ante todo un “qué”, soy un
“quien”; no soy “algo”, soy “alguien”. Tengo una naturaleza y soy
una persona.

Dios puede crear una naturaleza humana de tal modo que el sujeto
de esa naturaleza sea un “Yo” divino, una Persona de la Trinidad.
Jesús, engendrado por obra del Espíritu Santo, es verdadero
hombre porque tiene una naturaleza real y perfectamente humana.
Y es verdadero Dios, porque la persona que sustenta esa naturaleza
no es otra que la del Verbo divino.
Ma 3 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 3

Justa y verdaderamente se llama María Madre


de Dios, por haber engendrado una persona divina.
María da a Jesús, es decir, a Dios Hijo, todo lo que
una madre da a su hijo. Ella es, en sentido propio,
Madre de Dios Hijo.

El Concilio de Éfeso (431) define, frente a los errores de Nestorio:


“La Santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz carnalmente al
Verbo de Dios hecho carne”. El Concilio de Calcedonia (451)
añade que no puede llamarse a “la Virgen María Madre de Dios
en sentido figurado”: hay que afirmarlo en sentido propio.
Ma 4 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 4

En el AT hay alusiones al misterio de la Maternidad divina de María:


preanuncios de María son Eva (madre de los vivientes), Sara, Judit,
Débora, Rut, Ester... Aparece también la figura de la reina madre
(Betsabé, madre de Salomón). Varios profetas hablan de una “Hija
de Sión” que representa a Israel en los tres aspectos de Esposa, Madre
y Virgen, que se realizarán plenamente en el misterio de María.

En el NT la maternidad divina de María se afirma


implícitamente siempre que se habla de Ella como
“Madre de Jesús”, el cual declaró sin lugar a dudas que
es Dios (así lo entendieron su enemigos, que en ello
vieron blasfemia). Marcos llama a Jesús “hijo de María”
e “Hijo de Dios”. En Mateo y Lucas la palabra Madre
se emplea en el relato de la Concepción y en el del
Nacimiento.
Ma 5 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 5

El NT enseña también explícitamente el misterio

El ángel dice a María: “El Espíritu Santo vendrá


sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con
su sombra, y por eso el hijo engendrado será
santo, será llamado hijo de Dios”. Se llamará
Emmanuel, Dios con nosotros.

En Mt 1, 21, el ángel anuncia a José que Jesús “salvará a su


pueblo”, expresión que en el AT se reserva a Dios; y que lo
salvará “de sus pecados”, poder que se atribuye sólo a Dios.

En Lc 1, 43, Isabel llama a María “la madre de mi Señor”. Los


judíos llamaban a Dios “su Señor”.
Ma 6 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 6

Los Padres más cercanos a los Apóstoles, como San Ignacio de


Antioquía (+107), hablan de la maternidad de María. Cabe des-
tacar a San Justino (+165), San Ireneo (+202), Tertuliano (+220/
230), San Hipólito (+235).

Orígenes (+ 253) es el primero que nos da noticia de la fórmula


“Theotókos” (Madre de Dios). Se encuentra luego en autores
tan importantes como San Atanasio, San Dídimo, San Gregorio
de Nisa, San Cirilo de Jerusalén, San Epifanio de Salamina, San
Juan Damasceno. El término latino equivalente se encuentra en
San Ambrosio, San Jerónimo, etc.
Ma 7 de 51

MATERNIDAD DIVINA, 7

Santo Tomás: “Por el hecho de ser Madre de Dios, tiene una


dignidad en cierto modo infinita, a causa del bien infinito que es
Dios. (,,,) No puede imaginarse una dignidad mayor, como no
puede imaginarse cosa mayor que Dios” (ST I, q. 25). “Ella es la
única que junto con Dios Padre puede decir al Hijo de Dios: Tú
eres mi Hijo” (ST III, q. 103).

No se puede considerar a la Virgen revestida de una dignidad


divina. Pero “más que Ella sólo Dios”

Juan Pablo II ha insistido en la fórmula: “Hija de Dios


Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu
Santo” (Redemptoris Mater 8).
Ma 17 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 1

Maternidad y virginidad son alternativas de la mujer,


excluyentes por naturaleza entre sí, que Dios ha querido
reunir por milagro en su Madre. Los textos más antiguos
llaman a María “La Virgen”, y desde los primeros siglos,
“La siempre Virgen”. Tres aspectos del dogma: virgen antes
del parto, en el parto y después del parto.

Antes del parto: El dogma afirma que Nuestra Señora concibió


a Jesús, no por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo.
Se cumplió así la profecía de Isaías: “una virgen concebirá y
dará a luz un hijo, y será su nombre Emmanuel (Dios con
nosotros)” (Is 7, 14). En el Credo rezamos así: “Creo en un solo
Señor Jesucristo (...). Y por obra del Espíritu Santo se encarnó
de la Virgen María” (en latín: “ex Maria Virgine”).
Ma 18 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 2

En el parto: Lejos de menoscabar la integridad del cuerpo de su


Madre, Jesús la dejó intacta al nacer. Este prodigio es un milagro
de la divina omnipotencia. Ilustración clásica: nació como la luz
del sol que pasa a través de un cristal, sin romperlo ni mancharlo.

Después del parto: “Esta puerta ha de estar cerrada


para siempre, no se abrirá ni entrará por ella hombre
alguno, porque ha entrado por ella Yahvé” (Ez 44, 1-
2). Los Padres aplican estas palabras a la virginidad
perpetua de María.

San Agustín, Sermón 186: María “fue Virgen al concebir a su Hijo,


Virgen al parir, (...) Virgen después del parto, Virgen siempre”.
Ma 19 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 3

Los “hermanos” de Jesús en los Evangelios


Hebreo y arameo carecen de términos distintos para designar
grados diversos de parentesco. Lot llamado “hermano” de
Abraham en Gn 13, 8 y 14, 14.16, y “sobrino” en Gn 12, 5 y 14,
12. Labán llamado “hermano” de Jacob en Gn 29, 15, cuando era
hermano de su madre (Gn 29, 10).

Mc 6, 3 da una lista de hermanos de Jesús, entre ellos Santiago y


José, quienes por Mc 15, 40 y Jn 19, 25 sabemos que eran hijos
de María de Cleofás.

Si Jesús hubiera tenido otros hermanos, no se entenderían bien sus


palabras en la Cruz confiando su Madre a su discípulo Juan.
Ma 20 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 4

Se ha pensado también negar la virginidad de María


porque Jesucristo es llamado “primogénito”, en
Lc 2, 7. Pero esta palabra significa “hijo no precedido
por otro”, y prescinde de la existencia de otros hijos.
El primogénito estaba también vinculado con
prescripciones de la ley judaica, y a cada hijo único se
aplicaban estas prescripciones para el “primogénito”.
Ma 21 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 5

Mt 1, 18-25 hace la interpretación de Is 7, 14 (“la virgen ha


concebido y ha dado a luz un hijo, que será llamado
Emmanuel, esto es, ‘Dios-con-nosotros’”). Y en la
genealogía de Jesús, Mt 1, 16, en lugar de decir “José
engendró a Jesús”, dice “José, esposo de María, de la cual
nació Jesús, que es llamado Cristo”

Mt 1, 20 afirma que el Ángel del Señor reveló a José que “lo


concebido en Ella (María) es del Espíritu Santo”.

En la Anunciación (Lc 1, 26-38), la pregunta de María “¿cómo


se hará esto, pues no conozco varón?” es interpretada por
losautores católicos como la voluntad de María de permanecer
virgen ya antes del anuncio del ángel.
Ma 22 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 6

San Marcos nunca menciona a José, el esposo de María, pero


llama a Jesús “el hijo de María”.

En el prólogo del evangelio de San Juan, algunas voces


autorizadas, como San Ireneo y Tertuliano, presentan Jn 1, 13
en singular, es decir, “Él que no nació de sangre ni de deseo
de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”, lo
que sería testimonio de la generación virginal de Jesús.

Las fórmulas de fe de los Padres postulan la afirmación


del nacimiento virginal de Jesús; y a partir del siglo IV
utilizan el título de “siempre Virgen” al hablar de María.
Ma 23 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 7

La virginidad de María está presente en una larga serie de


testimonios del Magisterio de la Iglesia, desde el Símbolo
apostólico hasta la LG de Vaticano II, y Juan Pablo II.

Concilio de Letrán (649), c. 3: “Si alguno, según los Santos


Padres, no confiesa que propia y verdaderamente es Madre de
Dios la santa y siempre virgen e inmaculada María, ya que
concibió en los últimos tiempos sin semen, del Espíritu Santo,
al mismo Dios-Verbo (...) y que dio a luz sin corrupción,
permaneciendo indisoluble su virginidad aún después del
parto, sea condenado”. Ver también Pablo IV, Const. Cum
quorundam (1555).
Ma 24 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 8

“La mirada de la fe, unida al conjunto de la


Revelación, puede descubrir las razones misteriosas
por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su
Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren
tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo
como a la aceptación por María de esta misión para
con los hombres” (CCE 502).

CCE 503: “La virginidad de María manifiesta la iniciativa


absoluta de Dios en la Encarnación”. CCE 504: “Jesús fue
concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen
María porque Él es el Nuevo Adán que inaugura la nueva
creación”. CCE 505: “Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su
concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de
adopción en el Espíritu Santo por la fe”.
Ma 25 de 51

VIRGINIDAD DE MARÍA, 9

“María es virgen porque su virginidad es el signo de su


fe no adulterada por duda alguna y de su entrega total a
la voluntad de Dios. Su fe es la que le hace llegar a ser la
madre del Salvador: ‘Más bienaventurada es María al
recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la
carne de Cristo’ (San Agustín, De sancta virginitate 3,
3)” (CCE 506).

CCE 507: “María es a la vez virgen y madre porque ella es la


figura y la más perfecta realización de la Iglesia”. La iglesia es
madre ya que engendra para una vida nueva e inmortal a los
hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios.
También es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad
prometida al Esposo.
Ma 26 de 51

ASUNCIÓN, 1

Pío XII, Munificentissimus Deus, 01.11.1950:


“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma
divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios,
siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

La asunción se produce por virtud de Dios. El dogma


significa que para la Virgen María no se aplaza hasta
el fin de los tiempos la glorificación de su cuerpo,
como sucederá en los demás fieles, y que su cuerpo no
sufrió la descomposición cadavérica.
Ma 27 de 51

ASUNCIÓN, 2

Pío XII quiso prescindir de la cuestión sobre


la muerte de María en la fórmula definitoria:
no quiso definirla.

Muchos Padres presentan la muerte de María


como un acto de amor que la llevó hasta su
divino Hijo para compartir con Él la vida
inmortal.

Gn 3, 15: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer...”.


Cristo, Nuevo Adán, obtiene el triunfo definitivo sobre la
serpiente antigua, asociado íntimamente a la Nueva Eva, María.
El triunfo es triple: sobre el pecado, sobre la concupiscencia y
sobre la muerte. La primera redimida fue liberada de la muerte
a semejanza de Cristo.
Ma 28 de 51

ASUNCIÓN, 3

Lc 1, 28: “Llena de gracia”. La gracia redunda en toda la


persona, unidad de alma y cuerpo. A la plenitud de gracia debe
corresponder plenitud de gloria, en la persona entera.

Ap 12, 1: La Mujer vestida de sol. “Una mujer revestida por el


Sol, o sea, inmersa en la luz de Dios, que la inhabita porque Ella
habita en Él. (...) Los Cielos y la Tierra se han fundido. Por
debajo de los pies, la Luna, como signo de que lo efímero y
mortal ha sido superado, y que la transitoriedad de las cosas ha
sido convertida en existencia perdurable. Y la constelación que
la corona significa salvación” (Benedicto XVI, Angelus,
16.08.2006).
Ma 29 de 51

ASUNCIÓN, 4

“Como Cristo resucitó de entre los muertos con su


cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen
santísima, a Él asociada plenamente, fue elevada a la
gloria celestial con toda su persona. También en esto
la Madre siguió más de cerca a su Hijo y nos
precedió a todos nosotros” (Benedicto XVI, Angelus,
15.08.2005).

La participación de la Virgen en la victoria de Cristo no podría


considerarse plena sin la glorificación corporal anticipada de
María.

“La maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la


morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso” (Juan
Pablo II, Audiencia general, 09.07.1997).
Ma 30 de 51

ASUNCIÓN, 5

Si Adán y Eva introdujeron en el mundo la muerte del alma


(pecado) y la del cuerpo, Cristo y María fueron causa de vida
para el alma (gracia) y para el cuerpo (resurrección).

Armonía de la Asunción con el dogma de la Inmaculada: si la


resurrección es el triunfo y el trofeo de la redención, a una
redención preventiva y anticipada corresponderá una anticipada
resurrección.

Armonía con la Maternidad virginal: La verdad del parto


virginal proclama el decreto divino de preservar en absoluto la
integridad corporal de la Madre de Dios.
Ma 31 de 51

ASUNCIÓN, 6

Armonía con el amor de Cristo por su Madre

“¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido


escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la
que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo:
siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor, su poder
realizó todo su querer (...). Los teólogos han formulado con
frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de
algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se
encuentra revestida María y que culmina con la Asunción a los
cielos. Dicen: ‘convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo’”
Ma 39 de 51

MADRE Y MEDIADORA, 1

María es Madre nuestra no en un sentido natural, pero sí en un


sentido real, sobrenatural y místico, porque es Madre de
Cristo, no sólo de la Persona de Cristo, sino del Cristo total
(Cabeza y miembros).

María, cuando llevaba en su seno al Salvador, gestaba también


a todos aquellos cuya vida estaba contenida en la vida del
Señor. Todos cuantos estamos unidos con Cristo, hemos salido
del seno de María a semejanza de un cuerpo unido con su
cabeza. Así, en un sentido espiritual, somos hijos de María y
Ella es Madre de todos nosotros.
Ma 40 de 51

MADRE Y MEDIADORA, 2

María es Madre de los bienaventurados del Cielo de modo


excelente. Es Madre de las personas en gracia de modo
perfecto. Es Madre de los cristianos en pecado mortal de modo
imperfecto, porque estos no tienen vida sobrenatural completa,
sino sólo la fe. Es Madre de los no bautizados de modo
potencial o de derecho, ya que está destinada a engendrarlos en
la vida sobrenatural.

No es Madre de los condenados del infierno, pues ya no les


cabe en absoluto la unión con Cristo.

Por ser Madre de la Iglesia, es miembro sobreeminente y del


todo singular de la Iglesia.
Ma 41 de 51

MADRE Y MEDIADORA, 3

La Madre de Dios, por querer y don de Dios, procrea en la vida


de la Gracia a los hijos de Dios. María no es autora de la Gracia,
pero hay un compromiso divino asumido libremente por Dios
con vista a la intervención de María en la obra de la santificación,
que la erige en verdadera Madre, dadora de la vida sobrenatural,
crística, creada por la Trinidad, desde el Padre en el Hijo por el
Espíritu Santo.

Los hombres pueden ser mediadores entre Dios y los demás. Es


una mediación subordinada, participada. En la Virgen se da
esencialmente más esa mediación participada, pues es de una
naturaleza específicamente superior, por ser de una naturaleza
materna.
Ma 42 de 51

MADRE Y MEDIADORA, 4

El Magisterio afirma que María es Medianera y Dispensadora de


todas las gracias: “Es lícito afirmar que de aquel grandioso tesoro
que trajo el Señor (...), nada se nos distribuye sino por medio de
María, por quererlo Dios así” (León XIII, Octobri mense,
22.09.1891).

A la Madre de Dios se le ha entregado toda la gracia de la que es


Autor su Hijo, para que sea Administradora de Cristo, en favor
de todos sus hijos. Todas las gracias se comunican por Cristo a
María, y por María a nosotros. Es una manifestación de la
inmensidad del amor de Dios hacia María y hacia nosotros.
Ma 33 de 51
REALEZA DE MARÍA, 1

Lumen gentium 59: “La Virgen Inmaculada, preservada inmune


de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida
terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y
enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se
asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan,
vencedor del pecado y de la muerte”.

Lc 1, 43: Isabel, al oír el saludo de la Virgen, exclama: “¿De


dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mi?”. Es tanto
como decir “la Señora”, “la Reina”.

Los Padres vieron a María en la mujer “vestida de sol, con la


luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su
cabeza” (Ap 12, 1).
Ma 34 de 51
REALEZA DE MARÍA, 2

Innumerables Padres, como, por ejemplo, San Efrén, San


Gregorio Nacianceno, Orígenes, San Juan Damasceno, San
Jerónimo, San Andrés Cretense, San Epifanio, etc., proclaman a
María “Reina”, “Dueña”, “Señora”.

Liturgia: La Iglesia latina entona la “Salve Regina”, las


antífonas “Ave Regina caelorum” y “Regina caeli laetare”.
Destacan las Letanías lauretanas con muchas invocaciones a
María como Reina, y el quinto misterio glorioso del Rosario.
Iconografía.

Muchos Papas llaman a María Reina. Pío XII dedicó la


encíclica Ad Coeli Reginam (1954) entera a este misterio.
Juan Pablo II insiste en que María es Reina universal
(Redemptoris Mater).
Ma 35 de 51
REALEZA DE MARÍA, 3

Cristo es Rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también


porque es Redentor. María es Reina no sólo porque es Madre de
Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo
Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano.

María reina con el poder de la oración. Con el amor de Hija de


Dios Padre, con el amor de Madre de Dios Hijo y con el amor
de Esposa de Dios Espíritu Santo, reunidos en un solo
corazón.

María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,


Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Y se la llama la
Omnipotencia Suplicante.
Ma 36 de 51

COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 1

Se puede hablar de la corredención de la Virgen María. La


identificación con su Hijo abarca desde el principio todo el plan
de salvación. Fue junto a la Cruz de Jesús, donde con particular
intensidad ejerció su misión corredentora.

Arnaldo de Chartres (s. XII): “Una fue la voluntad de Cristo y


de María; ambos ofrecían a Dios un mismo holocausto: María,
con sangre en el corazón; Cristo, con sangre en la carne”.

“Movida por un inmenso amor a nosotros, ofreció Ella misma a


su Hijo a la divina justicia para recibirnos como hijos” (León
XIII, Iucunda semper). Por nosotros muere Jesús y por
nosotros sufre María. Colaboró con su Hijo en hacernos hijos
de Dios y también (por designio divino) hijos suyos.
Ma 37 de 51

COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 2

Cuando Dios dijo a la serpiente: “Yo pondré enemistad entre ti


y la mujer, entre tu descendencia y la suya, que te aplastará la
cabeza” (Gn 3, 15), está situando junto al futuro Vencedor de
Satanás a la Mujer, y esta Mujer es María. Dios pensó en la
eternidad a María como “unum” con Cristo Cabeza de la
Humanidad redimida.

Satanás se sirvió de la mujer para arrastrar a Adán y a sus


hijos al abismo del pecado y de la perdición. Dios se servirá de
una mujer para realizar las maravillas de la Encarnación y de
la Redención por medio de Cristo, Verbo encarnado en el seno
de María.
Ma 38 de 51

COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 3

La maternidad divina justifica de raíz el principio


de una participación de María en la entera vida y
misión del Verbo encarnado. Esta asociación inserta
a María en toda la historia de la redención y
santificación.

Cristo es la Cabeza indiscutible y única de la Iglesia por derecho


propio, y lo es inseparablemente de María como Madre.

Cristo es el único Mediador, pero ha querido tener junto a sí,


estrechamente unida, asociada en su quehacer redentor y
santificador, a la Mujer. Y la Mujer ha sido María, su Madre.
Ma 43 de 51

CULTO Y DEVODIÓN, 1

El culto es un honor que se tributa a una persona superior a


nosotros. El culto rendido a los servidores de Dios honra a Dios
mismo, que se manifiesta por ellos y por ellos nos atrae hacia
Él.

Al constituir Dios a su Madre en la cima de la santidad,


llenándola de gracias, nos expresa su voluntad de que la
honremos en cuanto nos sea posible. Alabar a María es alabar al
Hijo y, por Él, a la Trinidad Santísima: ¿qué hijo no se goza en
que honren a su madre? ¡Cuánto más Cristo que, siendo Dios,
ama a su Madre más que todos los hijos del mundo!
Ma 44 de 51

CULTO Y DEVOCIÓN, 2

Se tributa a la Santísima Virgen un culto de veneración


supremo (hiperdulía), debido a su eminente dignidad de
Madre de Dios, distinto del culto de adoración (latría) reser-
vado a Dios, y del simple culto de veneración (dulía) propio
de los demás santos.

La verdadera devoción no consiste, ni en un estéril y pasajero


sentimentalismo, ni en una cierta vana credulidad; sino que
procede de la fe, por la que reconocemos la excelencia de la
Madre de Dios, por la que somos llevados a un amor filial
hacia nuestra Madre, y a la imitación de sus virtudes.
Ma 45 de 51

CULTO Y DEVOCIÓN, 3

“Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de


piedad a la Virgen María expresen claramente la nota trinitaria
y cristológica que les es intrínseca y esencial. (...) En la Virgen
María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a
Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda
santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron
concedidos a ningún otro” (Pablo VI, Marialis cultus 24).

“Es necesario además que los ejercicios de piedad (...) ponga más
claramente de manifiesto el puesto que ella ocupa en la Iglesia:
el más alto y más próximo a nosotros después de Cristo. (...)
El amor a la Iglesia se traducirá en amor a María y viceversa;
porque la una no puede subsistir sin la otra” (Ídem 28).
Ma 46 de 51

CULTO Y DEVOCIÓN, 4

La Iglesia, para honrar a la Virgen María, celebra a lo largo del


año litúrgico diversas fiestas marianas. Vaticano II exhorta a que
se promueva el culto, especialmente el litúrgico.

El Magisterio ha subrayado de modo particular dos devociones


marianas: el Ángelus y el Rosario.

Otras prácticas de piedad mariana: Cofradías marianas,


Escapulario del Carmen, Mes de María, Medallas, sábados
dedicados a María, peregrinaciones a Santuarios, consagración a
su Corazón Inmaculado, etc.

Los frutos de esta devoción mariana son incontables.


Ma 47 de 51

SAN JOSÉ, 1

El Magisterio sostiene que la Virgen y San José contrajeron un


verdadero matrimonio. Los Padres, al referirse a este
matrimonio, ponen de relieve la providencia y sabiduría
divinas al disponer que Jesucristo naciera virginalmente de una
Madre desposada.

San José recibió una plenitud de gracia proporcionada a la


preeminencia de su misión para la cual fue elegido eternamente
por la Trinidad. En efecto, la misión de San José supera el orden
mismo de la gracia y linda con el orden hipostático, constituido
por el misterio mismo de la Encarnación.
Ma 48 de 51

SAN JOSÉ, 2

Juan XXIII, en 1962, lo proclamó “ilustre descendiente de


David, luz de los Patriarcas, esposo de la Madre de Dios,
guardián de su virginidad, padre nutricio del Hijo de Dios,
vigilante defensor de Cristo, Jefe de la Sagrada Familia; fue
justísimo, castísimo, prudentísimo, fortísimo, muy obediente,
fidelísimo, espejo de paciencia, amante de la pobreza, modelo
de trabajadores, honor de la vida doméstica, guardián de las
vírgenes, sostén de las familias, consolación de los
desafortunados, esperanza de los enfermos, patrono de los
moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia
Santa. Nadie es tan grande después de la Virgen María”.
Ma 49 de 51

SAN JOSÉ, 3

Parece que, después de la Anunciación, la Virgen guardó para sí el


gran misterio que había acontecido en Ella, la Encarnación del Verbo.

La duda de José no era sobre la inocencia de María, sino sobre su


propio papel en el futuro de aquel misterio.

El ángel no sólo le confirma que lo sucedido en su Esposa es obra


divina; además le comunica que él tiene también una misión en el
misterio de la Encarnación: poner el nombre a Jesús, lo cual
significa, en el modo de hablar bíblico, que iba a ser el padre de Jesús
según la ley.
Ma 50 de 51

SAN JOSÉ, 4

“¿Cómo era padre José? Tanto más profundamente padre, cuanto


más casta fue su paternidad. A José no sólo se le debe el nombre
de padre, sino que se le debe más que a otro alguno” (San
Agustín, Sermón 51, 20).

Fiesta litúrgica de San José: Sixto IV (1476). La eleva a mayor


categoría Inocencio VIII (1486). La declara obligatoria para todo el
orbe Gregorio XV (1621). Proclama a San José como “patrono de
la Iglesia universal” Pío IX (1871),

Juan Pablo II le ha dedicado una Exhortación Apostólica,


Redemptoris custos (1989).
Ma 51 de 51

SAN JOSÉ, 5

“Trato de llegar a la Trinidad del Cielo por esa otra trinidad de la


tierra: Jesús, María y José. Están como más asequibles. Jesús,
que es perfectus Deus y perfectus Homo. María, que es una mujer,
la más pura criatura, la más grande: más que Ella, sólo Dios. Y
José, que está inmediato a María: limpio, varonil, prudente,
entero”.

“San José, que no te puedo separar de Jesús y de María. San


José, por el que he tenido siempre devoción pero comprendo que
debo amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos
(...). San José, nuestro Padre y Señor, intercede por nosotros”
(Ídem).

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