eternamente de los dones que les brindaba su Creador. Al pecar, dieron la espalda a Dios y perdieron todo derecho a seguir recibiendo esos dones. No obstante, en su amor, Dios ha seguido impartiendo a la humanidad sus beneficios. Hoy, el pecado (ya sea nuestro propio pecado o el pecado que nos rodea) hace que perdamos momentáneamente, o de forma permanente, algunos de los dones que Dios nos ha concedido. “Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3ª de Juan 1:2 NVI) La salud es un don frágil. La enfermedad, por leve que sea, causa sufrimiento. Cuando afecta a un ser querido, causa aún más sufrimiento. Como creyentes, nuestra reacción ante la enfermedad debe ser seguir el ejemplo de Jairo, la mujer cananea, el oficial de Capernaúm, y de otros muchos: llevar nuestra enfermedad a los pies de Jesús. Aún en la pérdida de la salud podemos aprender algunas lecciones espirituales:
Job conoció mejor a Dios en tu terrible
prueba, y aprendió a perdonar (Job 42:5, 10). Al ser consolado en su propia enfermedad, Pablo aprendió a ser humilde y a consolar a los demás (2ª de Corintios 1:3-5; 12:7). Como pecadores, todos somos susceptibles de traicionar la confianza que otros han depositado en nosotros (o viceversa). La restitución de la confianza es más difícil cuanto más graves sean sus consecuencias. Es más fácil restituir la confianza en un amigo que no ha asistido a una cita importante, que restituir la confianza en un cónyuge infiel.
¿Qué puedo hacer para restituir la confianza
de la persona a la que he traicionado? 1. Confesar la falta sin ocultar nada. 2. Reconocer el daño. 3. Comprometerme y esforzarme por no volver a fallar. 4. Dar tiempo a que la herida sane. Somos llamados a tratar con amabilidad, afabilidad y cordialidad a todos. Los comportamientos abusivos o violentos son inaceptables en un hijo o hija de Dios. Cuando la violencia se realiza en el seno de la familia, se tiende a ocultarla. Esto hace que sea aún más pecaminosa. En la Biblia tenemos tristes ejemplos de violencia en la familia: los hermanos de José (Gn. 37:17- 28); Amnón y Tamar (2S. 13:1-22); Manasés, que mató a sus propios hijos (2R. 21:6). Los abusadores necesitan ayuda para dejar su comportamiento, arrepentirse y restituir el daño causado. Los abusados necesitan perdonar. Solo Dios puede dar el amor ágape que unos y otros necesitan, y sanar las heridas causadas. “todo hombre es esclavo de aquello que le ha dominado” (2ª de Pedro 2:19b DHHe)
Dios nos ha concedido libre
albedrío, pero las adicciones nos quitan esa libertad. El adicto no es libre de dejar su adicción sin ayuda. Drogas, alcohol, tabaco, juegos de azar, sexo, internet, comida… El objeto de la adicción puede no ser un pecado, pero toda adicción afecta a nuestra relación con otros, con nuestra familia y con Dios. “¡Miserable hombre de mí!; ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:24). ¿Quién me librará de mis adicciones? Dios interviene nuevamente en nuestro favor. Promete darnos un corazón nuevo, nuevos pensamientos, verdadera libertad (Ezequiel 36:26; Juan 8:36). EL DON DE LA VIDA “[…] Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14)
Perder la vida es perderlo todo. Los que mueren
“nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol” (Eclesiastés 9:6). Pero los que quedan sufren intensamente el dolor de la pérdida. El proceso de duelo, en general, pasa por varias etapas. En primer lugar, se niega la realidad de la muerte (aunque sea predecible). Los pensamientos y conversaciones se centran en el fallecido. Llega la desesperación y la depresión. Generalmente, tras un año, llega la etapa final de recuperación y vamos volviendo a la normalidad. Como creyentes, tenemos consuelo en la esperanza y seguridad de volver a ver a nuestros seres queridos en ocasión de la Segunda Venida de Jesús. “En medio de toda esta aflicción, el cristiano tiene un poderoso consuelo. Y si Dios permite que sufra una enfermedad larga y perturbadora, antes de cerrar los ojos en la muerte, puede soportar todo con gozo... Contempla el futuro con satisfacción celestial. Un corto reposo en la tumba, y luego el Dador de la vida romperá los sellos del sepulcro, libertará al cautivo y lo levantará de su lecho de polvo, vestido de inmortalidad, para nunca más sufrir dolor, tristeza o muerte. ¡Oh, cuán admirable es la esperanza del cristiano! Quiero que esta esperanza del cristiano sea la mía. Que también sea la vuestra” E.G.W. (Dios nos cuida, 1 de abril)